Ser docente es una experiencia única, en donde el aula se vuelve un escenario de historias, desafíos, imaginarios, colaboración, retos y un camino hacia la trascendencia de las personas con quienes coincidimos, los estudiantes.
En CAXA hemos observado que el impacto que tiene el profesor en este gran escenario es sumamente importante para el desarrollo integral en la vida de cada estudiante. Es por eso, que extendemos una invitación a la comunidad docente a reflexionar y elegir el origen interno del cual emergen su planeación, contenidos, actividades y dinámicas para hacer del aprendizaje una experiencia que brinde sentido de comunidad y transforme las vidas de todos los que nos rodean.
En esta ocasión, te compartimos buenas prácticas para brindar un acompañamiento académico a nuestros estudiantes en las diferentes asignaturas que impartimos y que nos permiten crear mejores relaciones y experiencias con significado, desde nuestra visión institucional ITESO.
Diseña una planeación realista
Todo comienza desde la planeación de la asignatura, en la cual establecemos un objetivo, actividades, requisitos mínimos, máximos y las evidencias necesarias para evaluar los resultados durante y al final del curso.
Te invitamos a que centres tu atención en diseñar una planeación realista, integrando aquellos recursos que dispones y con los que cuenta el grupo actual en tu asignatura, tomando en cuenta que es una relación dinámica y que ambas partes son invaluables en el proceso. Estos recursos consideran aspectos de conocimiento, tiempo, socioemocional, espiritual y físico-mental.
Suelta el control y vive en autonomía
Antes la práctica docente se basaba en que los estudiantes atendieran y siguieran instrucciones, con métricas determinadas por el o la profesora, donde las rúbricas y resultados estaban orientados hacia el logro de los objetivos de la asignatura; muchas veces dejando de fuera las necesidades e inquietudes de los estudiantes. Hoy sabemos que cuando les damos la libertad de aprender por sí mismos, los estamos preparando para asumir la responsabilidad de su desarrollo profesional y personal.
Para impulsar la autonomía, es necesario elegir «dejar de ver» al estudiante como un infante al que debemos decir qué hacer, cómo responder, cómo comportarse. Es darnos cuenta de que trabajamos con adultos e identificar que un estudiante autónomo es aquel que se percibe como alguien con capacidad de aprender, participativo, activo, reflexivo y crítico hacia sus propios procesos, guiados desde sus intereses profesionales y personales.
No es sencillo y lo sabemos. Sin embargo, esta experiencia nos quitará la carga de sentir que lo que aprenden (o no) es nuestra responsabilidad, y nos permitirá vivir una relación libre y con mayor significado. Parte de promover la autonomía en los estudiantes, es reconocer que no somos los protagonistas de su vida ni de su proceso de formación, sino el estudiante es la clave y centro del aprendizaje.
¿Cómo hacerlo o por dónde comenzamos? Al darnos la oportunidad de ver que pueden lograr cualquier objetivo desde sus capacidades y no desde nuestras expectativas. Para ello hay que observar la etapa que viven y la realidad en la que están. Recordemos que alguna vez estuvimos ahí, que fuimos estudiantes y sabemos lo complejo que puede ser tener 18 o 21 años, recién terminar la educación básica, vivir un cambio de ciudad y dejar a la familia para atender los estudios universitarios, quien comienza a descubrir su independencia, que está casi al punto de egresar y enfrentarse al «mundo real».
Abre espacios para el diálogo
Parte del proceso de acompañar es buscar momentos para acercarte a tus estudiantes, conocerlos, preguntarles cómo están y cómo van. Recuerda que, sin vínculos auténticos, es poco probable que logremos un aprendizaje significativo y, que tiene un mayor impacto en la vida del estudiante, lo que le hacemos sentir en clase, que los contenidos que compartimos. Te invito a que, durante el tiempo de clase, reforcemos nuestro compromiso por compartir y crear ambientes seguros, dignos y con base en el respeto mutuo.
La primera clase puede ser crucial para entablar vínculos sanos y basados en la confianza. Comenzar por conocernos, quiénes somos, qué hacemos y para qué estamos aquí. Es un primer acercamiento que va desde el preguntar cómo nos gustaría ser nombrados, y más ahora que podemos reconocer la importancia de una identidad de género.
Se trata de espacios de diálogo que sirven para hacer cortes de realidad cuantitativos y cualitativos que nos permitan traer a presente el objetivo de la materia y evaluar los logros hasta el momento y a partir de ahí redirigir los esfuerzos.
Aprende para enseñar a aprender
Por último, debemos dejar de creer que somos sujetos terminados y reconocer que aún tenemos mucho por aprender. Sabemos que las nuevas generaciones aprenden de maneras muy distintas a cómo lo hicimos nosotros y si lo permitimos, pueden enseñarnos más de lo que imaginamos.
Dentro del ITESO existen valiosas herramientas e instancias que se preocupan por mantener actualizados a las y los docentes en perspectivas y metodologías. Una excelente opción es el diplomado Metacognición y autonomía, dirigido a educadores interesados en el desarrollo del aprendizaje autodirigido y aprender a aprender.
También podemos toparnos con situaciones que no nos corresponden, o se salen de los límites, y para ello hay que ubicar aliados dentro de la universidad como C-JUVEN para atender necesidades de contención emocional, o la propia CAXA con talleres para desarrollar técnicas y hábitos de estudios, organización del tiempo y recursos para potencializar la experiencia universitaria.
En conclusión, como docentes vale la pena ubicarnos en dónde estamos, el contexto y hacia dónde queremos ir, sin perder de vista que las y los estudiantes son el centro de nuestro que hacer.