Por Georgina Gastélum
Profesora del Departamento de Estudios Socioculturales
La sensibilidad es una cualidad valiosa y, por lo general, asociada con la feminidad. Al menos así es como ha sido concebida social e históricamente. Sin embargo, la mayoría de quienes consolidan una trayectoria artística son: pintores, directores de escena, coreógrafos, escultores, cineastas, fotógrafos, entre otros. Todos ellos varones.
Al mismo tiempo, en nuestra universidad vivimos un escenario distinto. Desde 2020, cuando se abrió la carrera de Arte y Creación, hemos tenido una comunidad estudiantil cuyo 85% de la matrícula son mujeres o de género no binario. Se trata de personas jóvenes, expuestas constantemente a un bombardeo mediático y social que les cuestiona una postura feminista, pero que carecen aún de la comprensión y fundamentación de sus argumentos.
Ahora bien, en los últimos tiempos, las prácticas artísticas evolucionaron para convertirse en detonantes del discurso y de la reflexión a partir de la mediación estética. No obstante, las prácticas educativas en las artes no avanzaron en la misma dirección. Tenemos modelos de enseñanza violentos, jerarquizados, donde lo trascendente es el resultado final de la obra artística, no el proceso de enseñanza ni las vivencias en los estudiantes creadores de un objeto artístico. En este sentido, los profesores esperan que los procesos pedagógicos se concreten cuando dictan cátedra de las obras y artistas, esperando que únicamente desde ahí los procesos de enseñanza aprendizaje se concreten. Todo esto representa un reto cotidiano para quienes acompañamos su proceso de enseñanza-aprendizaje y que queremos incentivar los procesos creativos desde la ternura y la consciencia social.
Para comprender la educación artística acudimos al concepto de competencia cultural y artística; el cual, de acuerdo con Alsina y Giráldez (2013, p. 11), se puede entender a partir de dos enfoques: el primero es la educación en el arte, cuya función es estimular y sensibilizar la conciencia crítica y apoyar a la construcción de identidades. Mientras que el segundo es la educación a través del arte, donde la práctica de las disciplinas artísticas es el vehículo para lograr aprendizajes generales. Sin duda, el arte es un agente necesario para la formación integral y para la educación, y que además incentiva estrategias que vinculan diferentes saberes, actitudes y aptitudes. Vale la pena reflexionar en cómo la competencia artística trasciende los límites de las áreas directamente vinculadas con ella y por eso es un componente esencial en la educación.
Si se toma en cuenta que algunos de los propósitos del arte en el ámbito educativo son la estimulación y la sensibilización de la conciencia crítica, así como un apoyo en la construcción de identidades a través de la vinculación de diferentes saberes y aptitudes, me surgen una serie de incógnitas: ¿por qué los procesos para la formación profesional no se corresponden con apuestas relevantes que los coloquen como un componente esencial en la educación? ¿Qué implicaría adaptar los modelos educativos socioculturales a una formación profesional artística? Y mejor aún, ¿es posible considerar un enfoque educativo a partir de la sororidad?
Entonces, la tarea está en retomar las bases del paradigma sociocultural cuya premisa señala que las personas creamos significados a partir de las experiencias propias, en considerar que la influencia social tiene mayor impacto en la construcción de los aprendizajes, y que estos van de lo social a lo individual, donde el enfoque está en el proceso y no en el producto final. Por tanto, debemos tomar en cuenta los intereses de los estudiantes, puesto que los saberes se adquieren de manera progresiva durante un proceso formativo, de manera que; es de total relevancia el modo en que estos se aprenden.
Por tanto, debemos integrar también estrategias de evaluación formativa, planteadas como un escenario para la mejora de lo que los estudiantes saben, hacen y sienten. La evaluación garantizará el correcto rumbo del aprendizaje y estará al servicio de quien aprende. Lo relevante será identificar cómo aprovechar los resultados y no solamente modificar los recursos didácticos. Se trata, entonces, de una interpretación práctica de la asimilación, construcción y comprensión de los aprendizajes.
Finalmente, podemos sumar a estas propuestas, situaciones de aprendizaje diseñadas para promover desde y para la sororidad, que propicien espacios de confianza, apoyo muto, reconocimiento recíproco y sobre todo que forjen experiencias positivas tanto para mujeres, como para profesionales del arte en general. El propósito es que el aprendizaje desde la sororidad se refleje en su práctica artística y los discursos y reflexiones que se generen con la mediación artística sean punta de lanza en el establecimiento de escenarios para la construcción de paz.
Referencias:
Alsina, P. y Giráldez, A. (2013). 7 ideas clave. La competencia cultural y artística. México: GRAÓ Colofón.