2023: una ocasión para renovar nuestro compromiso universitario

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Para afrontar los retos de este año, los invito a orientar el aprendizaje y atención de sus estudiantes hacia las condiciones de nuestra realidad y mantener la esperanza de que podemos construir algo mejor.

El inicio de cada año nos invita a recapitular lo realizado con anterioridad y a reconocer los retos que queremos y debemos afrontar como personas, instituciones y sociedad.

Los desafíos de los últimos años han derivado de situaciones inéditas y complejas. Sin duda, la principal fue la pandemia que nos llevó no sólo a un cambio en nuestras costumbres, sino a vivir muy de cerca el dolor de la enfermedad y la muerte, además de traer una crisis económica y social cuyas consecuencias no acabamos de conocer con certeza. A esto se suma una ya larga guerra en Ucrania que también contribuye a la incertidumbre de los tiempos presentes, incluido el deterioro ambiental que todos los días nos aparece de maneras cada vez más trágicas.

A lo anterior, debemos agregar el crecimiento de la inseguridad, la falta de justicia y las violencias en nuestro país que, en 2022, también tocó a la Compañía de Jesús, con el asesinato de dos sacerdotes en el templo de Cerocahui, en la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua.

Frente a estas realidades, como universitarios tenemos el compromiso ineludible de estudiar y comprender las causas profundas de estos y otros problemas para poder ofrecer a nuestros alumnos y a la sociedad en general, un horizonte que oriente sus decisiones y acciones hacia una transformación social radical y profunda.

Las reflexiones que ha hecho Claudio Lomnitz, en su libro «El tejido social rasgado» ofrecen un contexto de la historia reciente del país para entender los problemas mencionados arriba, así como una caracterización del actual Estado mexicano.

Claudio Lomnitz afirma que el Estado se ha declarado tácita o explícitamente incapaz de mitigar los efectos del desastre actual en relación con la violencia, al punto de que estamos ante la conformación de un nuevo Estado, un nuevo orden, que se manifestó a partir de la década de los noventa del siglo pasado. Este nuevo Estado se caracteriza por la pérdida de regulación de la economía ilícita e informal y por una poca, casi nula, regulación de su aparato policial y de justicia.

Por todo ello, concluye Lomnitz, este Estado le ha cedido sus responsabilidades al Dios de la contingencia1.  Es decir, que hemos de acostumbrarnos a ver estas terribles realidades como si se trataran de contingencias naturales, fuera de nuestro control. Y combatir esta creencia es lo que corresponde enfrentar y trabajar a nuestra universidad en los ámbitos de la formación, la investigación y la vinculación en la relación con la sociedad en la que estamos insertos.

Para que cada uno de nosotros podamos ofrecer una respuesta, es necesario reconocer que los seres humanos somos realidades abiertas, inconclusas, expuestas al devenir, y que la historia es un asunto de posibilidades, no de certezas, ni de hechos establecidos de antemano. Y precisamente por esta apertura a la realidad, somos también capaces de hacernos cargo de esta misma realidad, de crearla y de transformarla. Mujeres y hombres podemos tomar en nuestras manos el mundo, podemos salvarlo si trabajamos juntos y, por tanto, cuidarlo y cambiarlo. Enseñar y aprender cómo se constituye y se desarrolla la realidad humana, la de cada una de nuestras alumnas y alumnos, es un ingrediente básico de nuestro trabajo como profesores.

Además, esta condición de apertura nos conduce directamente a la tarea educativa que realizamos día a día, al ser el aprendizaje una actividad en la que nos necesitamos unos a otros, pues nadie aprende solo. Es más, nuestra identidad es fruto de una cadena de relaciones con quienes nos hemos formado, con quienes hemos colaborado, con quienes nos han querido. Enseñar y aprender el valor de la convivencia con los otros y el amor hacia los demás, es parte del quehacer de los profesores.

En la universidad, por tanto, privilegiamos el diálogo y la comunicación, la construcción común de conocimiento, las habilidades de creación de consensos. Y estas experiencias nos van haciendo más humanos, aun en medio del dolor que viven y han vivido muchas personas y que quizá nos ha tocado palpar en carne propia durante los últimos meses.

Por lo anterior, y para afrontar los retos de este 2023, los invito a entusiasmarse con lograr que los estudiantes orienten su aprendizaje y su atención hacia las condiciones de nuestra realidad y su contexto, a que valoren a los demás en este proceso de formarse, de desarrollar no únicamente en su intelecto, sino también en sus afectos.

Por último, frente a este contexto de crisis económica, de inseguridad y de salud que nos ha tocado vivir, en donde la desconfianza surge ante cualquier declaración o expresión, en la que no es fácil distinguir entre la ideología y la verdad, entre la mera defensa de un interés particular y la comunicación sincera, debemos reconocer que estamos en un verdadero cambio de época en donde lo establecido ya no tiene cabida y es necesario mantener la esperanza de que podemos construir algo mejor.

Confío en que más allá de estas situaciones, dolorosas y tristes en sí mismas, nosotras las profesoras y los profesores del ITESO estemos animados, a dar voz a quienes no la tienen y a escuchar en lo más profundo del corazón los clamores de todas las personas que sufren algún tipo de exclusión o discriminación, para que se respeten plenamente sus derechos y para que cuando se diseñen e instauren instituciones o políticas públicas se les ofrezca una respuesta eficaz y digna a sus necesidades. 

Referencias:
Cf. Claudio Lomnitz, El tejido social rasgado, Era, México, 2022, p. 172.