Mujeres que siembran un paisaje diferente

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En el municipio de San Juan de Abajo, Nayarit, un grupo de mujeres colabora en un proyecto de investigación cuyo fin es recuperar la sustentabilidad de su territorio y reivindicar su lugar en la comunidad.

Por Natalia Mesa y Marinés de la Peña

Académicas del Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social (CIFOVIS)

San Juan de Abajo, pueblo del estado de Nayarit, es el principal generador de sandía en México, así como un sobresaliente productor de otros cultivos como maíz, pepino y mango. En este entorno, una considerable superficie agrícola y pecuaria rodea al pueblo, que además colinda con el arroyo Huichichila. Este arroyo ha estado estrechamente relacionado con los habitantes de San Juan, quienes cuentan cómo hace unas décadas nadaban en él. Era un lugar fresco y agradable donde las familias pasaban el día. Desafortunadamente, el Huichichila ha perdido casi toda su vegetación, pues en todo el resto la matriz agrícola lo ha invadido hasta la orilla de su cauce. En este contexto, desde el Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social (CIFOVIS) del ITESO desarrollamos el proyecto de investigación Ríos y sistemas productivos ante el cambio climático, el cual busca incrementar la sustentabilidad en el territorio en materia de producción de alimentos, cuidado del agua, recuperación del arroyo Huichichila, adaptación al cambio climático y la cohesión del tejido social en la comunidad. 

Las principales actividades que se llevan a cabo buscan la recuperación de la vegetación en el paisaje, por eso el corazón de este proyecto es el Vivero Comunitario. Este espacio se creó a partir de un proceso de diseño y construcción colaborativo con miembros de la comunidad, lo que ha permitido su apropiación por parte de quienes han participado. Si nos remontamos a los inicios de la construcción del vivero en cada una de sus etapas y hasta su conclusión, podemos admitir que no fue una tarea fácil; al contrario, fue complicada, desorganizada y desarticulada. Sin embargo, su realización fue posible gracias a 13 mujeres y un constructor de San Juan, que se apropiaron del espacio y empezaron a trabajar en la construcción del vivero. Con la mejor de las actitudes y todo el tesón, el vivero se terminó y actualmente se encuentra en la fase de producción de plantas.  

Es necesario resaltar que la mayoría de las mujeres de este grupo tienen alrededor de 50 años, edad a partir de la cual una mujer en San Juan tiene bajas expectativas de ubicarse laboralmente. Asimismo, la mayoría de ellas son cabeza de su hogar, se encargan de preparar los alimentos, de la limpieza y del cuidado de sus hijos o nietos. Este contexto nos ha permitido aprender, en el camino y con su acompañamiento, que el proyecto y en especial el Vivero Comunitario resultó ser un espacio de empoderamiento. En el vivero las mujeres tienen voz y voto, así como independencia económica, gracias a que reciben una remuneración que pueden aportar a sus hogares o disponer para ellas mismas. Al mismo tiempo fue una reivindicación para estas mujeres, pues les ha dado un sentido de pertenencia y un lugar de reconocimiento dentro de su comunidad. Así como en otras regiones en México y Latinoamérica, es importante destacar que las mujeres participantes —además de involucrarse en las actividades del proyecto—, no pueden dejar de lado las responsabilidades que tienen en su casa, lo que resulta en un aumento de sus deberes y carga diaria de trabajo.  

A pesar de lo anterior, las participantes que trabajan en el vivero nos han demostrado que las mujeres podemos ser eficaces administradoras y gestoras de nuestro tiempo, vida y hogares, por lo que su compromiso con el Vivero Comunitario se ha vuelto un pilar en sus vidas y la de sus familias. Además, ellas tienen un gran interés por aprender diferentes habilidades y enfrentarse a retos, incluso a actividades que físicamente les han representado desafíos, como las largas caminatas para recolectar semillas. No podemos dejar de resaltar la participación de las señoras entusiastas mayores de 70 años, quienes con sus limitantes físicas siempre son las primeras en preguntar: «¿Y cuándo vamos a trabajar?». Son mujeres que anhelan tener espacios diferentes a los que están habituadas, en los que se puedan sentir valiosas, respetadas y seguras. Derivado de este sentir que han desarrollado en el grupo y relacionado con las actividades del Vivero Comunitario, ellas disfrutan al compartir sus saberes sobre las plantas y sus usos; por ejemplo, cuando enseñan cómo cocinarlas y cuáles comer. Aun cuando no identificaban estos saberes como benéficos, ellas comienzan a constatar que es conocimiento valioso y eso también les brinda la posibilidad de imaginar espacios diferentes, donde ellas desempeñan un papel crucial que reivindica su lugar en la sociedad.   

Todas estas experiencias y la generación de este espacio han resultado de mucho aprendizaje para nosotras como investigadoras. Con frecuencia nos reunimos a conversar y reflexionar con ellas sobre cómo queremos que sea este espacio, qué necesitamos que nos brinde y cómo nos sentimos en él. Así continuamos en la construcción de un lugar seguro que abre la posibilidad de que las mujeres de San Juan sean agentes del cambio en su comunidad, por la capacidad que tienen de reconocer problemas y de buscar soluciones. Hoy las mujeres hacen colectas de semillas de árboles nativos de más de 15 especies, las limpian, las siembran y las cuidan. Todo este amor canalizado en los cuidados descritos servirá para recuperar la vegetación del paisaje de San Juan de Abajo, para transitar hacia sistemas productivos más sustentables y para restaurar el arroyo, lo cual permitirá que los habitantes de San Juan creen nuevas historias en el Huichichila. 

Aquí hemos presentado solo una pequeña parte de un proyecto mucho más grande, el cual se gestiona a través de la organización civil Paisajes Manejo Integral. Con este proyecto se están probando las metodologías de un nodo articulador en el que se convoca a diferentes áreas del ITESO para estudiar de manera interdisciplinar los problemas complejos a los que se enfrenta el territorio. El proyecto es operado desde el CIFOVIS del ITESO con la participación de la Coordinación de Innovación, Desarrollo y Exploración Académica (CIDEA). Asimismo, los investigadores de los departamentos académicos de Procesos Tecnológicos e Industriales (DPTI) y Hábitat y Desarrollo Urbano (DHDU) gestionan actividades de investigación; o bien, intervienen en espacios educativos como los Proyectos de Aplicación Profesional (PAP). La investigación es parte de los subproyectos que coordina el Fondo Noreste a través de las convocatorias Ríos y Conecta, cuenta con el financiamiento del Banco Mundial por medio del Global Environment Facility del Green Climat Fund de las Naciones Unidas, así como el ITESO. 

«Me siento muy bien en el trabajo porque aprendo muchas cosas. Aprendemos cómo cuidar nuestros árboles y plantas, aunque ya me salieron ampollas en los pies de tanto caminar para recolectar semillas», Concepción Uribe

«En el vivero es el compartir con compañeras y aprender día con día nuevas experiencias de cada una de ellas. Para mí es forjar los cimientos de un proyecto a un mejor futuro y medio ambiente. Me encantan las labores que realizamos día con día, aprender cada paso que se requiere para la germinación de cada semilla», Adriana Contreras

«El vivero para mí es algo muy maravilloso. Me encanta ver cómo va creciendo poquito a poquito una planta y cómo vas haciendo todo el proceso desde la semilla, es algo maravilloso… y eso que apenas vamos empezando», Noelis Guerra