Ecoansiedad, una oportunidad para actuar ante la crisis climática 

Sentir tristeza, desesperación, rabia, enfado, frustración o incluso culpa es completamente normal, ¿pero qué hacemos ante eso?

El cambio climático, con la modificación de los patrones climáticos y la presencia de catástrofes naturales cada vez más extremas, es una realidad que avanza a pasos agigantados. Transforma e impacta a nuestro entorno, pero también afecta nuestro bienestar emocional. 

A medida que crece nuestra conciencia sobre la crisis ambiental, se genera un estado emocional conocido como ecoansiedad. Lejos de ser una respuesta negativa, la ecoansiedad se puede transformar en acciones por el planeta. 

El despertar emocional ante la crisis climática 

El cambio climático está estrechamente vinculado con la actividad humana. La intensificación de las catástrofes naturales que trae consigo ya no pertenecen a un futuro lejano, sino que forman parte de nuestra cotidianidad dejando entrever un futuro incierto. Al ser conscientes de esta realidad ambiental compleja, muchas personas experimentan diversas emociones conocidas como ecoansiedad. 

En entrevista, Irene Baños, periodista ambiental especializada en este tema, menciona que: “La ecoansiedad es la señal de alerta, ese momento en que el miedo que sentimos es legitimado por la situación en que nos encontramos. Hay quien puede sentir más tristeza, desesperación, rabia, enfado, frustración o incluso culpa. Tenemos la tristeza por darnos cuenta de la situación en la que nos encontramos. Tenemos la frustración por no tener las herramientas suficientes para hacerle frente. Tenemos la rabia por ver esa disonancia entre la información que recibimos y la falta de acción política, y la culpabilidad por estar contribuyendo de alguna manera a todo ese problema”. 

La exposición constante a noticias alarmantes sobre cambio climático es un factor que provoca este estado emocional. Aunque la ecoansiedad afecta con mayor intensidad a quienes nacieron entre la década de los noventa y principios de los 2000, conocida como la “generación del clima”, al sentir los efectos directos del cambio climático en su cotidianidad, y la sensación de una gobernanza climática ineficiente, es un malestar intergeneracional. 

“Una de las cosas que más genera frustración en la juventud es que viven con un muro que no les permite imaginar un mundo mejor. Mucha gente de otras generaciones también siente ecoansiedad, simplemente antes no existía una palabra para ponerle a esos sentimientos. A esas generaciones se le suma ese sentimiento todavía más de culpa por dejar todo eso a las futuras generaciones. O también de frustración por ver que sus propios hijos, a quienes han intentado educar, ahora están queriendo consumir mucho”, comparte Irene desde su experiencia. 

La ecoansiedad como desafío y oportunidad para la acción climática  

En ocasiones, las personas que sienten ecoansiedad son tachadas de locas o exageradas, o “de que es un capricho de los ricos blancos que no tienen otra cosa en qué pensar. Pero realmente los estudios demuestran que la ecoansiedad está presente en todas las latitudes del mundo. Sólo que no todo el mundo tiene la capacidad para expresarlo de la misma forma, dependiendo del tipo de gobierno en que vivas”, apunta Irene.

Sentir preocupación por el planeta es una señal de que estamos conectados con el entorno y valoramos su bienestar. En palabras de la periodista: “El problema es quien no siente ni siquiera un poquito de ecoansiedad. Veámoslo como un privilegio, como ser parte de esas personas que ya han tenido ese despertar, veámoslo como el camino hacia construir esas sociedades en las que creemos, en las que el bienestar esté en el centro”. 

Una consideración importante en la que insiste la especialista es que: “La ecoansiedad no está reconocida como una enfermedad mental. El problema es cuando la ecoansiedad te impide hacer tu día a día con normalidad y se convierte efectivamente en una suerte de ansiedad. Hay personas a las que les impide realizar su trabajo diario o estudiar, o concentrarse en sus tareas del día a día, o levantarse la cama, puede suponer una pérdida de energía. Entonces ahí sí que obviamente empieza a ser un problema de salud mental importante”. 

De esta forma, se experimenta un estado de ecoparálisis. La problemática ambiental se percibe de manera fatalista y los esfuerzos individuales parecen insuficientes. Pero no se trata de evadir la realidad. Sumergirnos en el pesimismo sin encontrar vías para canalizar esas emociones, es un desafío para la salud mental, pero la ecoansiedad también puede convertirse en un catalizador para la acción climática.  

Desde su propia experiencia personal, Irene Baños insiste en que: “Lo importante es transformarla para que sea esa aliada que nos impulse a seguir realizando cambios y no nos paralice. Para mí, la clave es conseguir que no nos quite la energía esa preocupación. Siempre que nos dé ese momento de bajón pensemos que, si quienes estamos en el lado de que queremos cambiar las cosas perdemos la energía para dejar de hacerlo, todo va a ir a peor”. 

Cómo transformar la ecoansiedad en algo positivo 

En lugar de ver la ecoansiedad como un obstáculo, trabajar los sentimientos que nos provoca, escucharlos y transformarlos nos permite pasar a acciones concretas que mejoran nuestra manera de relacionarnos con el medio ambiente, su bienestar y el nuestro.  

Irene insiste en que la transformación de la ecoansiedad no es asunto de un día: “La solución mágica no existe. Esto es un camino por recorrer, pasito a pasito”. Eso sí, cada uno de esos pasos han traído aprendizajes que hoy le permiten regalarnos algunas claves para transformar la ecoansiedad en “ecoacción”. 

La idea de “aceptación incondicional de la realidad” es un punto de partida para aceptar la compleja realidad ambiental que vivimos. Pero esa aceptación debe traer consigo interrogantes sobre: “¿Qué es lo que sí podemos cambiar? ¿Qué sí podemos hacer? Imaginar lo que sí es posible y plantearnos que sí existe un mundo por el qué apostar”, reflexiona en entrevista. 

Ser pacientes, comprensivos y alejarse de la perfección individual en nuestro proceso de transformación de la ecoansiedad, son claves valiosas para Irene. En entrevista se sincera sobre un momento de su cotidianidad que le genera ecoansiedad : “Ir al supermercado y no ser capaz de comprar nada que se ajustara a todos mis estándares de sostenibilidad. A mí me pasa constantemente salir otra vez llorando, otra vez enfadada, otra vez frustrada”. 

“¿Qué otras formas tengo? ¿Puedo ir a comprar en un lugar donde yo no me agobie? ¿Puedo ir a comprar a un lugar donde se cumplan esos estándares? ¿Qué puedo hacer a nivel estructural que no dependa sólo de mí y mi frustración mientras yo me quito la ecoansiedad?”, se cuestionó en muchos momentos en que intentaba lidiar con su ecoansiedad.

Aunque estas interrogantes le ayudaron a modificar su consumo hacia alternativas agroecológicas, Irene insiste en la importancia de no sentirse culpable cuando no se logra recurrir a estos modelos alternativos de consumo: “No importa. Es importante que seamos respetuosos con nosotros mismos e indulgentes, porque la transformación hacia la que vamos es de mayor bienestar, lo que no podemos es perder nuestra salud mental por el camino”. 

Lejos de centrar la mirada en los gestos individuales que nos pueden agobiar más y quitar la energía para atender la crisis climática, la apuesta de Irene va por tejer redes de apoyo para desarrollar acciones colectivas que nos permitan desarrollar cambios estructurales.  

La transformación de la ecoansiedad no tiene que ser un proceso que llevemos en soledad. “Unirnos, juntarnos con otras personas que se sientan como nosotras, que eso está al alcance de todo el mundo. Cualquier persona tiene la posibilidad de conversar con quien tiene alrededor, y de sembrar esas pequeñas semillas. Me gusta también hacer un llamado a que nos conectemos, conversemos, que quien necesite, yo siempre tengo mi email abierto”, es la invitación que nos hace Irene.

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