La emergencia por el Covid-19 nos ha implicado vivir, comunicarnos y aprender de formas distintas a las que estábamos habituados. A los profesores nos coloca frente a desafíos que van desde cómo utilizar herramientas tecnológicas de información, comunicación y colaboración, hasta preguntarnos sobre la mejor forma de acompañar a nuestros estudiantes en este nuevo contexto. ¿Qué pueden decirnos ellas y ellos en este sentido? Presentamos una primera colección de percepciones de estudiantes, en este caso, de la Licenciatura en Ciencias de la Educación:
“De un día a otro se nos arrebató la escuela a la que estábamos acostumbrados. Fue relativamente sencillo movernos a la virtualidad, tratar de no sólo trasladar los contenidos sino esforzarnos por mantener el interés. Fue difícil mantener las cámaras y los micrófonos encendidos porque todo indicaba que había cosas más importantes. A muchos no nos quedó más que prender el monitor y hacer como si escuchábamos mientras sanitizamos la casa, mientras escuchamos las noticias para ver como las gráficas de contagios suben y suben, para ponernos tristes porque uno de nuestros locales de comida favorito tuvo que bajar sus cortinas, para abrazar a nuestros familiares que se han visto afectados por la crisis. Ahora nos vivimos en un estado constante de alerta por los que están en nuestras vidas, mientras que las clases siguen corriendo y hay profesores que siguen dictando. Cerramos el semestre sin compartir mucho de lo que nos aflige, porque nos dimos cuenta que nos urge llevar también nuestros temas personales a la escuela, humanizar el espacio virtual, llenarlo de vida, alcanzar a hacerle cosquillas a la curiosidad, poner atención a lo que mis compañeros comparten, replicar las intervenciones de los profesores, llevar a la discusión la realidad actual o incluso el futuro y las nuevas normalidades de las que tanto hablamos”, Belén García.
“Los estudiantes de educación superior somos los responsables de nuestro proceso de aprendizaje, y tenemos que posicionarnos como tal. A base de prueba y error he aprendido que el aprendizaje que uno construye está, en gran medida, en manos de cada uno. Los profesores, el currículum y las clases son facilitadores de tal aprendizaje, pero si uno no está dispuesto a hacerse responsable de lo que hace con ello es muy fácil decir ‘no aprendí nada’. Pienso que, en la modalidad virtual, ya sea asincrónica o no, la autonomía es una cualidad importantísima. Esto se aprende viviéndolo y no leyéndolo, poniéndolo en práctica en todos los cursos, en un entorno que lo favorezca y estimule. En lo personal, al inicio de la contingencia me costó trabajo comprender esto, era más fácil decir que la transición estaba siendo complicada. Mi formación como profesionista siempre ha sido mi responsabilidad, la distancia del salón de clases solo viene a recordarme eso”, Paula Portas.
“Antes de las clases en línea me preguntaba qué tan diferente iba a ser todo y cómo le iban a hacer los profesores para continuar el semestre. Pero conforme todo fue avanzando, me di cuenta que para algunos de ellos la situación no representaba un cambio en las formas de aprendizaje, lo cual fue muy desgastante para mí. Fue un proceso constante de desmotivación al ver todo lo que estaba sucediendo alrededor y dentro de mi familia por el Covid-19, pero fue aún más frustrante ver cómo algunos profesores seguían dejando más y más trabajo a pesar de que todos estábamos sufriendo muchos cambios. Me parece muy importante que los profesores creen espacios de diálogo, más en estos momentos en los que gran parte del tiempo nos invade una inmensa incertidumbre”, Mariana Arámbula.
“¿Qué nos esperará detrás de las pantallas? ¿Cómo podremos intentar conectar con quienes aún no conocemos? ¿Dónde queda el campus? ¿Qué va a pasar con mi vida universitaria? ¿Existirá? ¿Qué le dará cohesión a todas esas horas que pasaré frente a la pantalla? ¿Cómo le haremos para ir tejiendo el sentido? Me preocupa pensar que no hay a dónde volver. A esta nueva normalidad no podemos regresar porque no la conocemos. La virtualidad se siente ajena. Tengo miedo de que la virtualidad nos arrastre a un asunto de costumbres y obligaciones que sólo se cumplen por hábito. Tengo miedo de que la educación se limite a dar clics y presionar teclas. ¿Cómo haremos para mantener lo humano? ¿Cómo vamos a construir y conectar con los otros?”, Ana Sofía Güémez.
“Lo que sentimos, pensamos y opinamos sobre las clases virtuales no es únicamente una cuestión que nos afecta a los estudiantes, es importante que logremos detectar los pros y los contras para no repetir los errores y para mejorar y atender lo que realmente nos importa. Me parece necesario tener espacios en donde se dialogue sobre el futuro de nuestra educación, pero no solamente entre compañeros, sino que se haga con las personas que diseñan los cursos, que están a cargo, para así poder trabajar de la mano y no cargar de culpas a las plataformas o a los profesores. La educación no es únicamente trabajo de los profesores y eso lo debemos de tener claro”, Regina Sánchez.
“La escuela en línea fue una experiencia rica en el sentido de que pudimos darnos cuenta sobre cómo el aprendizaje a distancia no se limita a transferir el contenido a medios digitales. La virtualidad es algo que nos permite vislumbrar cómo utilizar plataformas y nuevas tecnologías como medios de información y comunicación, pero ¿cómo lograr un seguimiento y retroalimentación que no le quite la humanidad al aprendizaje, aunque sea a través de una pantalla? ¿Cómo no dar más peso a un currículum que a la realidad misma? ¿Cómo incentivar habilidades útiles para el momento sociohistórico que estamos viviendo? ¿Cómo fomentar la autogestión, no muchas veces valorada o puesta en práctica por los alumnos? ¿Cómo dejar de adjudicar la responsabilidad del aprendizaje al mediador y tomar en nuestras manos la iniciativa de la práctica, el diálogo entre pares o la indagación autodirigida?”, María Paula Rivas.
“Parece sencillo, únicamente conectarte desde la comodidad de tu casa a tomar las clases por video llamada, pero en el camino se puede perder la convivencia, la espontaneidad, el feedback, el lenguaje corporal, la interacción y la construcción de una comunidad de aprendizaje. De repente ir a la escuela se convirtió en conectarse, en silenciar los micrófonos y hacer algo que nos parecía más importante. ¿Cómo hacer que lo que atravesamos en nuestra historia fuera del aula pueda conectar con nuestros intereses y que desde ahí surja la motivación? ¿Cómo propiciar que seamos nosotros quienes busquemos los medios para aprender y generar preguntas? ¿Cómo tener la convicción de que desde nuestra profesión podemos incidir en la realidad? Es necesario escucharnos, dejar hablar al corazón, reconsiderar la sobrecarga de curricular, recordar que la universidad la conformamos todos y que no podemos sólo trasladarla a Zoom. Tomemos la virtualidad para sentirnos más cerca, para conocernos más, para hablar y también escuchar. Si regresamos a la escuela con la intención de cumplir con los créditos necesarios o graduarnos, algo estamos haciendo muy mal”, Priscila Manjarrez.
Sirva este conjunto de expresiones para hacernos preguntas y conversar, entre profesores, pero sobre todo con nuestros estudiantes.