Cada día es común escuchar que se percibe más violencia a nuestro alrededor. La guerra contra las drogas no sólo no ha terminado con el crimen organizado, sino que el aumento de las violencias se ha encrudecido en todo el país. En este tenor, las desapariciones de personas también son un elemento fundamental en esta imagen dolorosa, donde miles de familias se ven afectadas cada día sin poder hacer algo frente a la impunidad y la falta de voluntad política de las autoridades. También uno de los grupos más vulnerados son las mujeres, donde las violencias de género y el feminicidio es una constante, llegando a 11 mujeres asesinadas al día por razón de género.
Estas situaciones nos hablan de cómo se encuentra el tejido social, según Lomnitz, «la idea… de que se ha rasgado el tejido social apunta a que se han desecho las relaciones de dependencia más íntimas, y con ellas, se ha debilitado la comunidad» (Lomnitz, 2022, pág. 16). Las violencias son una forma de respuesta que rompe estructuras y no favorece la construcción de vínculos comunitarios basados en valores democráticos, lo cual impide el desarrollo de una sociedad más igualitaria, solidaria y con la capacidad de hacerse cargo de sus conflictos de manera no violenta.
El conflicto per se es propio de la naturaleza humana, no podemos vivir fuera del mismo; sin embargo, la forma en que respondemos a él es lo que nos llevará a construir sociedades más sanas o a mantener escaladas de violencia que debilitan nuestro entorno. Deconstruir sociedades que normalizan las violencias no es tarea fácil, la paz no es sólo un objetivo al cual llegar erradicándolas.
La paz negativa es la idea más extendida en el mundo, pensando que la eliminación de las violencias debe ser el fin último; sin embargo, existen diversas formas de construir paces que promueven acciones positivas, imperfectas, culturales e híbridas. En este sentido, la paz trasciende el discurso político actual que implementa formas de pacificación a través de la presencia de fuerzas militares en el espacio público, poniendo en riesgo a la comunidad a través de un aumento de violaciones a los derechos humanos, entre otros riesgos para la democratización del país.
Las Instituciones de Educación Superior (IES) tienen un compromiso social por la paz que debe manifestarse a través de la investigación, la docencia, la vinculación y la gestión. La construcción de paces en el ITESO debe de reconocer las relaciones de poder y las interdependencias asimétricas que se construyen a través de las dinámicas de violencia. La paz, por tanto, debe estar enfocada a la reconstrucción de un tejido social reconocido a través del territorio y que permitirá sanar nuestras relaciones de convivencia en el ámbito personal, familiar, educativo, político y económico. Cierro esta reflexión compartiendo las palabras de la autora Alicia Cabezudo:
la educación para la Paz debe articularse desde una perspectiva más amplia que la meramente pedagógica institucionalizada y esta educación debe incluir el estudio, la investigación y la resolución de conflictos por vía pacífica como objetivos fundamentales en un proceso de aprendizaje integral que trasciende el ámbito de la educación formal. Se convierte en un imperativo pedagógico y ético a la luz de los acontecimientos del mundo actual. (Cabezudo, 2019, pág. 45)
Referencias:
Lomnitz, C. (2022). El tejido social rasgado. México: Ediciones Era.
Cabezudo, A. (2019). «Educar en tiempos de cólera. Pedagogía para la construcción de paz, respeto por los derechos humanos y desarme», Estudios de la Paz y el Conflicto, Revista Latinoamericana, Número Especial 1, 43-52. DOI: 10.5377/rlpc.v0i0.9502