El término ecofeminismo apareció en 1974 en el libro Le Féminisme ou la mort, de la escritora francesa Françoise d’Eaubonne. En él propuso que la mujer estaba ligada a la naturaleza por poseer una sensibilidad única otorgada por la capacidad de dar vida. Esto en respuesta a aquella verdad instaurada por los filósofos e intelectuales de siglos atrás: la mujer nace, crece, da a luz, cuida, sirve y muere. Aquella definición que podemos encontrar en la mayoría de las culturas —si no es que en todas— de la mujer como la encargada de los cuidados, la crianza, el mantenimiento del hogar y de resguardar la caja que, en lugar de todos los males, guarda en su interior todas las emociones del mundo.
Las ecofeministas retoman esta concepción y se apropian del valor de los cuidados como acción política, ya que al preservar la naturaleza y respetar la integridad de todas las formas de vida, se revelan frente al discurso del sistema económico patriarcal que ha reducido la naturaleza a materia prima inerte y mercantilizado el cuerpo femenino.
«En todo el mundo y especialmente en los países menos favorecidos económicamente, las mujeres son quienes sufren primero las consecuencias de la devastación y el despojo ambiental», señala Daniela Gloss, coordinadora de la investigación «Política de los cuidados, la lucha de las mujeres», ganador del Fondo de Apoyo a la Investigación en su última edición y parte del programa CIFOVIS–COINCIDE.
La académica afirma que, ante la escasez de elementos de necesidad básica propiciada por el cambio climático, el rol de la mujer, tanto en el ámbito organizacional como afectivo, altera sus rutinas y acapara tiempo que podría enfocarse en actividades que nutran su vida, como la educación o recreación.
La investigación apuesta por ser de carácter colaborativo e interdisciplinario al reunir a una treintena de colectivos defensores del territorio provenientes de todas las regiones de Jalisco para que compartan sus experiencias e ideas sobre las implicaciones que tiene su labor, a partir de seminarios, talleres y acompañamiento colectivo.
El equipo está conformado por 15 investigadoras de múltiples instituciones. Ocho de ellas académicas de ITESO y siete pertenecientes a universidades como la UNAM, Universidad de Guadalajara, la UAM Xochimilco e instancias como el Centro de Investigación y Proyectos para la Igualdad de Género. Además, cuenta con la colaboración de estudiantes PAP, becarios y dos estudiantes de doctorado de la Universidad de Bielefeld, en Alemania:
https://view.genially.com/6317872b32f8bf0018db1ef1/interactive-content-genially-sin-titulo: El cuidado como arma de resistenciaExisten muchos ecofeminismos y sus ramas van desde el cuestionamiento ético de las prácticas sociales, el análisis de la cultura, estrategias emocionales, la resistencia a través del autocuidado, política y el ecofeminismo espiritualista (o del Sur), que a diferencia del modelo clásico reconoce que marcar la dualidad, es decir, separar la relación del hombre y la mujer puede no ser tan acertado.
Como resultado de las actividades con defensores e investigadores de campos interdisciplinarios, se elaborarán una serie de productos multimedia para compartirlos con los colectivos participantes, en formatos que puedan adaptarse a sus necesidades y problemáticas.
«Daremos reconocimiento de que son procesos de construcción de conocimiento colectivos, donde las personas con las que trabajamos forman parte de ese proceso», puntualiza la investigadora del CIFOVIS.
La corriente de pensamiento ecofeminista resalta la exclusión de los saberes y conocimientos empíricos tradicionales, que suelen ser cultivados por las comunidades indígenas, por parte de las élites científicas o académicas. «El reconocimiento de las prácticas, los saberes y su potencia política nos puede brindar herramientas para aprender ellas y replicarlo en múltiples espacios», comparte la académica.
En México, en los últimos tres años se han cometido 58 asesinatos a defensores del medio ambiente y del territorio. La devastación y despojo ambiental vulnera la calidad de vida de las personas que lo habitan y lacera el apego que forjan hacia sus hogares, erosionando así el sentido de pertenencia, convivencia y seguridad. Trabajar por el rescate de los espacios naturales y el medio en el que vivimos también significa sanar el apego y fortalecer el sentido de colectividad. «No puedo construir un buen vivir para mí si los demás a mi alrededor están mal. Debemos construirlo juntos», concluyó la investigadora.