Huerto agroecológico: un laboratorio vivo de aprendizaje con la naturaleza

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El Huerto Agroecológico del ITESO no se limita a la producción de alimentos orgánicos. Proyectos multidisciplinarios encuentran en el un espacio para cultivar comunidad, y justicia ambiental.

Fotografías por Roberto Ornelas

El Huerto Agroecológico Universitario del ITESO nació en el año 2009 a partir de la inquietud de un grupo de estudiantes por cultivar sus propios alimentos de manera natural y sustentable. Así se conformó un colectivo que, con los recursos disponibles, le dio vida a este proyecto. 

Con el paso del tiempo, más estudiantes, coordinadores y profesores se sumaron y se apropiaron del espacio, haciendo del huerto un lugar de encuentro y aprendizaje comunitario. En este lugar, hablar de nutrición sustentable y salud alimentaria implica preguntarse de dónde vienen los alimentos y cuál es su impacto —social, ambiental y económico—al llegar a nuestra mesa. 

Desde esta perspectiva, para Luz Pérez, responsable del huerto, el cuidado de las personas comienza con el cuidado del suelo. Por eso, este proyecto promueve los procesos de descomposición orgánica, favorecen la presencia de microorganismos benéficos para el crecimiento de las plantas y sus frutos. El abono se elabora a partir de los desechos de jardinería del campus central, y el riego de la composta se realiza con agua tratada en la planta del ITESO. En cuanto a los cultivos, estos reciben agua potable mediante un sistema de riego por goteo que se adapta a sus necesidades. 

En entrevista, Luz enfatiza que el sentido social del huerto se fortalece a través del intercambio de saberes ancestrales con el conocimiento contemporáneo. Añade que, gracias a la investigación y experimentación que desarrollan docentes y estudiantes: “Comprenden qué es un sistema vivo, cómo el saber ancestral en que se sustenta la agroecología es efectivo mientras adaptan sus propuestas en beneficio de la industria agrícola, el medio ambiente, la salud, la alimentación y el huerto mismo”.   

De esta manera, el vínculo con el campus trasciende el cultivo de alimentos para integrarse a la apuesta educativa y al compromiso socioambiental de la universidad, hasta consolidarse en lo que es hoy: un laboratorio vivo donde convergen proyectos, se realizan experimentaciones y se construye conocimiento de forma colaborativa.

Del huerto a los paisajes de la ciudad  

Para Luz, las intervenciones de la carrera en Diseño Urbano y Arquitectura del Paisaje permiten comprender cómo dependemos de los espacios verdes, cómo los afectamos y cómo podemos aprender de ellos para transformar las ciudades y fortalecer nuestro vínculo con la naturaleza.  

En particular, la clase de Teoría e Historia del Paisaje apostó por los jardines sensoriales como una estrategia para transformar espacios grises, contaminados y poco habitables en lugares con plantas y flores coloridas que se puedan tocarse, olerse e incluso comerse, como la lavanda mexicana. “Los estudiantes ya no están en la materia y vienen a darle mantenimiento al espacio”, comenta emocionada sobre las conexiones que surgen de la interacción con el entorno. 

Por su parte, la asignatura Paisaje y Vegetación se enfocó en entender los ciclos de crecimiento de las plantas como un punto de partida para diseñar labores mantenimiento y criterios de estética aplicables a los jardines de la ciudad. En el huerto, los estudiantes preparan espacios de observación para identificar cómo crecen las plantas, cómo les afectan las condiciones climáticas y qué organismos benéficos o nocivos atraen. Con esa información, proponen cuáles especies son las más recomendables para embellecer y vestir los jardines de la ciudad.

Preservar lo nativo, sembrar futuro  

En el Laboratorio de Micropropagación, el Proyecto de Aplicación Profesional (PAP) “Bosque Escuela”, reproduce orquídeas terrestres nativas del Bosque La Primavera. Estas orquídeas carecen del endospermo, la parte de la semilla que contiene todos los nutrientes necesarios para su desarrollo saludable. Para sobrevivir, las orquídeas establecen una asociación simbiótica con hongos denominados micorrízicos, que les proveen agua y nutrientes del suelo. Sin embargo, el cambio climático está disminuyendo la presencia de estos hongos, lo que afecta la propagación de las orquídeas.   

¿Cómo se enfrentan a este reto? Las semillas se colocan en un medio de agar nutritivo que simula la función del hongo en su hábitat natural. Gracias a este procedimiento, es posible reproducir cientos de orquídeas que, una vez alcanzada la madurez, se trasladan al Invernadero de Germinación. Allí se adaptan a un ambiente controlado, parecido al natural, antes de ser reintroducidas al bosque.

En este mismo invernadero también se propagó el Agave guadalajarana, otra especie nativa del bosque en peligro de extinción debido a la sobreexplotación. Además, en las camas de cultivo se sembraron diversas herbáceas nativas del bosque —como la Ipomea, Pata de vaca, Mimosa y Ortiga— para estudiar su comportamiento. Se observa qué especies de insectos atraen, cómo crecen estas plantas, qué formas adoptan e incluso cómo decaen y vuelven a propagarse, generando conocimiento valioso para salvaguardar la biodiversidad del bosque. 

Tradición que crea comunidad  

La materia Tintes y Estampados, de la licenciatura en Diseño de Indumentaria y Moda, desarrolla un proyecto para producir tintes naturales para telas a partir de la grana cochinilla, un pequeño insecto que vive y se alimenta de las pencas del nopal y que, desde la época prehispánica, se ha utilizado con este fin. 

Al principio, el huerto no contaba con suficiente producción de nopal para sostener este proyecto, pero surgió una colaboración con la licenciatura en Diseño de Artesanía del Centro Universitario de Tonalá: “Ellos tenían mucho nopal, pero no un huerto con las condiciones adecuadas para las flores que utilizan en sus teñidos. Aquí encontraron un espacio para sembrarlas y hacer germinar plantas de nopal, de las que luego, en agradecimiento, dejaron algunas como regalo”, menciona Luz. 

Añade que, ambos programas de estudio le dieron un “toque mágico” al huerto. El paisaje se volvió más colorido gracias a la siembra de muicle —con el que producen un tinte lila para sus textiles—, así como flores de cempasúchil, cosmos, clavel de moro y pericón. Con estas flores, el huerto atrajo a otras especies como mariposas, abejas, abejorros, escarabajos y moscas, que hasta entonces no se habían visto en el lugar.  

El proyecto ha crecido tanto que ahora buscan producir fibra. En el Invernadero de Germinación ya se cultivan tres variedades de algodón, que esperan incrementar conforme el huerto se expanda.

Cosechar transformación social y ambiental  

Con la experimentación, las camas de cultivo se convierten en una herramienta de aprendizaje activo y de incidencia socioambiental que trasciende el espacio del huerto.  

A través de un proyecto espejo, el Centro Universitario Ignaciano (CUI) impulsa la transformación de Pasta de Conchos, una comunidad en Coahuila donde la agricultura ha sido relegada por la minería, su actividad económica principal. En 2006, esta industria cobró la vida de 65 mineros tras el colapso de una mina de carbón. 

“Los miembros del programa de líderes del CUI no sabían cultivar, pero hicieron suya la idea de crear un huerto. En Pasta de Conchos los jóvenes migran para no trabajar en la minería, pocas personas atienden la tierra. A partir de las condiciones en Pasta de Conchos adaptaron su espacio aquí en el huerto y pensaron en cómo lo harían una vez que fueran allá”, comenta Luz con admiración sobre este proyecto que comenzó a germinar el pasado abril. 

Por su parte, el PAP “Acción Eco Social” desarrolló otro proyecto espejo con la comunidad de San Juan de Abajo, en Bahía de Banderas, Nayarit. Su objetivo es comparar la producción de sandías cultivadas con agroquímicos y fertilizantes convencionales frente a las producidas de forma orgánica en el huerto. 

Mientras tanto, el PAP “Apoyo a la Investigación y Desarrollo en Nanociencias y Nanotecnologías” puso a prueba un biocarbón elaborado a partir del bagazo generado por la producción de tequila. Las vinazas —residuo líquido de la destilación—, resultan altamente contaminantes para los suelos. Aunque durante esta experimentación se identificaron errores de cálculo, la apuesta es que el biocarbón sea capaz de limpiar el agua de las vinazas para reutilizarla en el riego de las plantaciones de agave. 

Para Luz, enfrentar variables reales es clave en la formación de los estudiantes: “Los cálculos en papel no siempre reflejan la realidad. Sacar los experimentos del laboratorio controlado a este sistema vivo donde te topas con variables reales es fundamental para entender cómo funcionan los sistemas naturales, y adaptar las propuestas para atender la crisis climática”.  

Nuevas formas de aprender   

Los proyectos que conviven en el huerto, su colectivo, las clases y estudiantes que lo visitan, así como los talleres venideros para adultos mayores y para la comunidad externa del ITESO, trascienden la simple siembra y el cultivo de alimentos: nos invitan a replantearnos cómo nos relacionamos con la biodiversidad de la que formamos parte.   

“El espacio está abierto para sumarlo a la formación profesional, intereses personales o ganas de aprender. Aquí le acompañamos para que cada vez se sumen más personas para construir y aprender juntos”, es la invitación que nos hace Luz.