Por Dr. Alexander Zatyrka Pacheco, S.J.
Rector del ITESO
La celebración en la que reconocemos y agradecemos la labor docente es una buena oportunidad para recordar lo que señalan las Orientaciones Fundamentales (OFI) del ITESO a propósito de una de ellas: la “filosofía educativa específica” de nuestra universidad.
Las Orientaciones Fundamentales del ITESO fueron promulgadas en 1974 y recogen los cimientos básicos que, desde la fundación de esta casa de estudios, dan sentido a nuestra labor educativa.
En sus Orientaciones, el documento establece que la universidad ha definido “tres opciones fundamentales:
- La inspiración cristiana.
- Una filosofía educativa específica.
- Un compromiso social definido”.i
La elección de una filosofía educativa específica responde, en primera instancia, a la razón de ser de cualquier universidad: una institución que forma personas, genera conocimiento a través de la investigación y se vincula con otros actores sociales.
Sin embargo, el texto añade un término que resulta clave: la palabra “específica”. Con la que el ITESO busca precisar el modo concreto en que queremos asumir esas tareas. Es decir, la forma en que entendemos y buscamos ejercer la enseñanza, la investigación y la vinculación, para poner al servicio de la sociedad el conocimiento que cuidamos, cultivamos y construimos.
Según las OFI, entendemos la educación como “el proceso por el que la persona humana se supera a sí misma, se autotrasciende cada vez más”.ii
Esto implica un proceso permanente e inacabable, no solo para quienes estudian, sino también para quienes ejercen la docencia. Siempre hay algo nuevo que aprender, y siempre existe la posibilidad de conocernos mejor. De esta manera, el documento de las OFI señala lo siguiente:
La persona humana va tomando conciencia de sí misma y de sus posibilidades de crecimiento y transformación, de amor y relación profunda, en el mundo, frente a la otra persona y frente a Dios. Este proceso, al rasgar el velo de las apariencias, nos lleva a descubrir la realidad del mundo y ponerlo a nuestro servicio; nos da la posibilidad de penetrar el corazón humano, de descubrirnos y descubrir al otro como seres que sólo podemos realizarnos en el amor, en el servicio y en la entrega mutua. iii
Vemos, entonces, que el proceso formativo de una persona no se agota en ella misma, sino que alcanza su realización plena cuando esos conocimientos y capacidades nos permiten servir a otras personas. Por eso, en la tradición educativa de la Compañía de Jesús, los procesos formativos parten y se nutren del encuentro humano. Y en ese encuentro —como habrán experimentado en más de una ocasión quienes se dedican a la labor magisterial— aprenden tanto los estudiantes como los docentes.
De ahí que la participación y el diálogo sean, como señalan las OFI, elementos centrales de nuestra filosofía educativa. Este diálogo no se reduce a las prácticas educativas en el aula ni se queda dentro del ITESO, sino que tiene que abrirse a quienes no comparten nuestras posiciones. De lo contrario, la universidad “se habría cerrado y encerrado en sí misma de la forma más dolorosa, porque habría cortado el camino para llevar a otros la esperanza de que es depositaria y de compartir de veras los dolores ajenos”.iv Esta invitación es especialmente relevante en estos tiempos de polarización, en los que cuesta tanto trabajo entablar una relación con quienes piensan de manera diferente.
Nuestras Orientaciones Fundamentales también nos alejan de los modelos educativos que reducen el proceso formativo “a la simple memorización de lo que otros pensaron o hicieron, o peor aún, a la simple repetición mecánica, sin libertad, sin compromiso verdadero, sin amor, de lo que otros hacen o dicen que hagamos”.v
Cada persona, agregan las OFI, experimenta de manera individual este proceso, “nadie puede vivirlo en su lugar”. Por eso “en la posibilidad de autotrascenderse, de decir sí amorosamente y de probar con acciones ese amor, está lo que llamamos libertad”.vi
Estos rasgos son solamente algunos de los que las profesoras y los profesores del ITESO están llamados a ejercer cada día, y forman parte de la tradición educativa jesuita, que desde hace cinco siglos pone a la persona en el centro de su quehacer.
En 1556, Pedro de Ribadeneira, S.J., escribió —por encargo de san Ignacio de Loyola— una carta al rey Felipe II para explicarle la importancia del trabajo educativo que emprendía la Compañía de Jesús. En su misiva, el joven jesuita señalaba la “gran falta de virtuosos y letrados maestros que junten el ejemplo con la doctrina”, y que “juntamente con las virtudes y cosas necesarias a un buen cristiano”, enseñen “todas las ciencias principales, desde los rudimentos y principios de la gramática hasta las otras más subidas facultades”.vii
Desde entonces, y a lo largo de la historia, la educación jesuita ha formulado los principios de su pedagogía de diversas maneras y con distintos énfasis, siempre abierta a los desafíos de cada época. Esos principios los actualizamos hoy en nuestra práctica cotidiana.
Nuestras Orientaciones Fundamentales, escritas hace ya 50 años, en el contexto y con el lenguaje de aquella época, forman parte de esta misión centenaria que hoy ustedes, como docentes, continúan e impulsan. Les invito a releer este documento a la luz de los desafíos actuales y, sobre todo, a hacerlo vida en sus aulas, laboratorios y proyectos.
Notas al pie de página
i Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), Misión / Orientaciones Fundamentales (Tlaquepaque: ITESO, 2004), 10.
ii Ibidem, p.15.
iii Ibid, p.16.
iv Ibid, p.19
v Ibid, p.17
vi Idem.
vii Pedro Ribadeneira, “Carta al rey Felipe II (14 de febrero de 1556)”, en La pedagogía ignaciana:, Textos clásicos y contemporáneos sobre la educación de la Compañía de Jesús desde San Ignacio de Loyola hasta nuestros días, ed. José Alberto Mesa (Bilbao: Mensajero / Sal Terrae / Universidad Pontificia de Comillas, 2019), 111.