«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación».
Charles Dickens, Historia de dos ciudades
Cuando leo estas palabras del escritor inglés Charles Dickens, de inmediato pienso en el tema de la tecnología para la innovación educativa. Recientemente cumplí 27 años como profesor de planta en el ITESO. Durante estas casi tres décadas no he dejado de asombrarme con el avance de la ciencia y del desarrollo tecnológico, en particular en mi disciplina: las ciencias computacionales. Por un lado, he atestiguado el incremento en la velocidad de los microprocesadores, así como de la disminución de su tamaño y de la mejora de su eficiencia energética. Del mismo modo, he transitado del desarrollo de software en lenguajes de bajísimo nivel (ensamblador) hasta el desarrollo de sistemas completos sin necesidad de escribir una sola línea de código. Parafraseando a Dickens: el mejor de los tiempos.
Por otro lado, con estos y otros avances tecnológicos hemos tenido que pagar un alto precio. Existe poca comprensión acerca de cómo un nuevo artefacto modifica nuestras prácticas sociales, profesionales y cotidianas: el peor de los tiempos. Ahora es muy fácil utilizar algún instrumento o librería (sobre todo en el desarrollo de software) sin tener conocimiento de cómo operan internamente y, por lo tanto, sin poder discriminar si los resultados obtenidos mediante su empleo son correctos o coherentes en relación con el problema que necesitamos resolver. En nuestros días ya es tan fácil utilizar cualquier herramienta que pocas veces nos preguntamos cómo funciona. A veces, y esto es lo peor, ni siquiera reflexionamos si esa herramienta que usamos es la adecuada para el trabajo que queremos desarrollar o para el problema que buscamos solucionar.
Hay quienes argumentan que la mayoría de las personas no sabemos cómo funciona un motor de combustión interna, pero aun así conducimos un automóvil. Tampoco conocemos los mecanismos físicos que sostienen un avión en el aire y sin embargo viajar es una realidad cotidiana. De hecho, poca gente entiende cómo funciona el internet, pero es capaz de tomar una clase en línea o de reservar una habitación en otro país.
A continuación, presento la siguiente figura para ilustrar mi argumento:
En esta figura ejemplifico el trabajo de un profesional al intentar resolver un problema relacionado con su ocupación. El esquema puede leerse de la siguiente manera: partimos de una situación o de un problema en el mundo real; luego, como profesionistas nos interesa intervenir o corregir esa situación. Pero nos damos cuenta de que ejecutarla directamente en el mundo real puede tomar demasiado tiempo, ser costosa o, a veces, implica sortear diversos peligros. Lo que hacemos entonces es un proceso de abstracción, donde tomamos algunas de las características de esa situación para organizarlas en forma de un modelo. Enseguida, aplicamos metodologías y herramientas para encontrar alguna solución al modelo. Y una vez que llega el momento de implementarlo, aplicamos una solución al mundo real y obtenemos un nuevo resultado, donde el problema original ha sido resuelto.
A través de este proceso de abstracción y de construcción de modelos se evidencia la necesidad de promover el pensamiento crítico cuando estamos formando profesionales en cualquier área de estudio. Es decir, ¿cómo sabemos que las características que abstraemos son las más importantes? ¿Cómo determinamos que un modelo construido es el adecuado para representar una situación original? ¿Cómo seleccionamos el mejor instrumento para solucionar un modelo? ¿Cómo interpretamos los resultados para determinar si es factible la implementación de esta solución?
Para terminar mi reflexión —y quizás abrir el debate— considero que como formadores debemos involucrarnos y poner más atención a las competencias de pensamiento crítico —sobre todo el autocrítico— y a la solución de problemas, antes que a la aplicación y uso de herramientas. Creo que estas dos competencias son las que nos permitirán regresar al camino de la esperanza, como lo expresaba Charles Dickens.