La universidad ante el desafío de la inteligencia artificial: un llamado al magis por el bien común

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Reflexión y acciones para formar conciencia crítica, promover justicia tecnológica y reducir brechas sociales con IA.

Fotografía de portada por Brenda Sarahí Rubio Chávez

Por Juan Carlos Silas Casillas 
Investigador y docente del Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO

En la era de la Inteligencia Artificial (IA), la humanidad se encuentra ante un umbral que redefine cómo creamos y aplicamos el conocimiento para el desarrollo humano y el bien común. El Informe sobre Desarrollo Humano 2025, titulado Un llamado a decidir: personas y posibilidades en la era de la Inteligencia Artificial, plantea un dilema existencial: la IA puede convertirse en una herramienta para superar desigualdades, pero también un instrumento que profundice las heridas sociales si no se guía con ética, justicia y una visión integral del ser humano.  

Las universidades, como instituciones dedicadas a la construcción del conocimiento, la búsqueda de la verdad y el servicio a la sociedad, desempeñan un papel central en este proceso. No es aceptable permitir que la revolución tecnológica avance sin un compromiso firme con la humanidad, orientada al servicio del bien común y la transformación integral de la sociedad. Esto exige acciones éticas, inclusivas y valientes que amplíen las oportunidades para todos, evitando cualquier forma de explotación o exclusión. En otras palabras, se requiere adoptar el magis —un concepto que significa buscar siempre el «más» por el otro— como un estilo de vida, con humildad y coraje.  

La IA como espejo de nuestras elecciones   

La inteligencia artificial no es un fenómeno neutro. Su impacto está determinado por las decisiones políticas, económicas y culturales que tomemos hoy. Desde 2020, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) ha retrocedido debido a crisis globales que han dejado a millones de personas en situación de vulnerabilidad. Mientras los países con altos niveles de desarrollo humano aceleran su recuperación, los de bajos niveles enfrentan estancamiento económico, escasez de empleo digno y crecientes brechas tecnológicas que los marginan aún más. En este contexto, la automatización representa tanto una amenaza como una oportunidad: puede profundizar las desigualdades existentes o servir como catalizador para reinventar modelos de desarrollo que integren sostenibilidad, empleo humano y tecnología de manera inclusiva.   

Ante este escenario, surge la pregunta clave: ¿Cómo garantizar que la IA no se convierta en un instrumento de exclusión, sino en un puente hacia un mundo más justo? La respuesta comienza por reconocer que la tecnología, por sí sola, no resuelve los problemas sociales. Sin un enfoque centrado en la dignidad y autonomía del ser humano, el uso de la IA corre el riesgo de ampliar las desigualdades, perpetuar sesgos y limitar la autonomía de las personas.  

Por ejemplo, los sistemas de IA entrenados con datos sesgados pueden discriminar a poblaciones vulnerables, mientras que los algoritmos que reemplazan a trabajadores sin generar empleos dignos contribuyen a la precariedad laboral.  

En este contexto, las universidades no pueden permanecer como espectadoras pasivas. Deben posicionarse como espacios de reflexión ética, innovación inclusiva y formación crítica, comprometidas con asegurar que la IA sirva al bien común y no al beneficio exclusivo de unos pocos.

Fotografía: Roberto Ornelas.

El papel de las universidades: formar seres humanos a prueba de máquinas   

La educación superior tiene una misión trascendental: formar individuos capaces de navegar en una realidad transformada por la inteligencia artificial sin perder su humanidad. En un mundo donde las máquinas pueden realizar tareas técnicas con mayor eficiencia, la excelencia humana radica en habilidades que no se “algoritman”, como el pensamiento crítico, la empatía, la creatividad y el compromiso con el bien común. Las universidades están ante la oportunidad —y la responsabilidad— de reimaginar sus planes de estudio para cultivar estas virtudes, integrando la IA no como un sustituto de la acción humana, sino como una herramienta que la potencia y la acompaña.   

En el ámbito de la salud, por ejemplo, la IA puede generar diagnósticos para pacientes en zonas rurales, pero serán los profesionales quienes deban tener la capacidad de interpretar esa información dentro del contexto cultural y emocional de cada paciente. En el ámbito educativo, los tutores inteligentes pueden personalizar el aprendizaje, pero los docentes siguen siendo indispensables para fomentar en sus alumnos la capacidad de cuestionar, dialogar y construir conocimiento colectivamente. Todo esto exige una formación híbrida, que combine competencias técnicas —como programación y análisis de datos— con habilidades humanas fundamentales: ética, comunicación y liderazgo con sentido comunitario.   

Las universidades pueden liderar la investigación en IA no solo desde el enfoque técnico, sino también desde una perspectiva interdisciplinaria que integre la economía, la antropología, la teología y el derecho. Es posible desarrollar modelos de IA que incorporen valores de equidad y justicia social. Asimismo, se pueden promover alianzas entre universidades del sur global para crear soluciones tecnológicas asequibles y pertinentes a sus contextos específicos. La colaboración sur-sur, impulsada por una visión de justicia global, puede reducir las dependencias tecnológicas y fortalecer la solidaridad entre los pueblos.   

La ética como fundamento de la innovación 

La ética no es un freno a la innovación, sino su fundamento. Sin un marco moral claro, la inteligencia artificial corre el riesgo de convertirse en lo que algunos informes definen como una “IA mediocre”: sistemas que reemplazan a las personas sin mejorar su calidad de vida o que priorizan el beneficio económico por encima del bienestar social.  

Las universidades están ante la responsabilidad de promover una gobernanza de la IA basada en principios como la transparencia, la justicia y la participación ciudadana. Para ello, es fundamental incorporar en los planes de estudio asignaturas sobre ética digital, derechos en el ciberespacio y regulación de algoritmos. De esta forma, los futuros profesionales entenderán que su trabajo no solo incide en los mercados, sino también en la dignidad de las personas.  

En paralelo, los laboratorios universitarios pueden convertirse en espacios de experimentación ética, donde estudiantes y profesionales diseñen aplicaciones de IA colaborativa que amplifiquen, en lugar de sustituir, las capacidades humanas.  

Otra prioridad es enfrentar las brechas de género y generacionales. A pesar de contar con niveles educativos similares que los hombres, las mujeres siguen utilizando menos herramientas de IA en el ámbito laboral. Por su parte, los adultos mayores, aunque temen perder autonomía, podrían beneficiarse de asistentes tecnológicos que mejoren su salud y calidad de vida.  

Las universidades pueden asumir un papel activo mediante programas de alfabetización digital inclusiva, cursos sobre género y tecnología, y espacios de diálogo intergeneracional para romper estos círculos viciosos de exclusión.   

La IA al servicio del bien común: un pacto para el futuro 

El Informe sobre Desarrollo Humano 2025 propone un futuro en el que la inteligencia artificial amplíe oportunidades en lugar de profundizar las desigualdades. Para lograrlo, se requiere adoptar un enfoque de complementariedad: concebir la IA como aliada del ser humano, no como su competidora. Esto implica la creación de nuevas profesiones y la protección de empleos existentes mediante políticas públicas que prevengan la precarización laboral.  

Las universidades pueden desempeñar un papel clave al colaborar con gobiernos y empresas en el diseño de programas de reciclaje profesional, así como en el fomento al emprendimiento social apoyado por la IA.   

Al mismo tiempo, es importante repensar la economía del conocimiento. Actualmente, los modelos de IA están predominantemente entrenados con datos provenientes de países ricos, lo que invisibiliza saberes locales y culturas diversas. Ante este desafío, las universidades están llamadas a desarrollar modelos de IA no occidentales, capaces de integrar la diversidad cultural y de promover un desarrollo sostenible.  

Finalmente, las universidades pueden participar en foros globales, como el Pacto Digital Global impulsado por la ONU, con el objetivo de incidir en la elaboración de políticas públicas que regulen la IA con base en criterios de justicia social. Esto supone exigir a las plataformas tecnológicas mayor transparencia en sus algoritmos, promover estándares éticos para la certificación de modelos de IA y resistir la creciente concentración de poder en manos de unos pocos gigantes tecnológicos.   

Un llamado al magis: la universidad como faro de esperanza   

Ante el desafío que representa la inteligencia artificial, las universidades no pueden limitarse a adaptarse pasivamente al cambio. Están convocadas a afrontarlo con un enfoque que combine audacia y humildad, innovación y justicia. El magis —ese deseo de hacer más por el bien de los demás— invita a imaginar una educación que forme profesionales y ciudadanos competentes y comprometidos con el desarrollo humano integral.  

Se requiere una ciencia orientada a generar conocimiento y soluciones que reduzcan la pobreza y la desigualdad, así como una tecnología que avance, incluya y dignifique. No se trata de temer al progreso, sino de garantizar que ese progreso no deje a nadie atrás.   

Algunas acciones concretas que las universidades pueden emprender son las siguientes:  

1. Integrar el diálogo entre la ética y la IA, la epistemología computacional y la pedagogía digital en todas las disciplinas.  

2. Crear laboratorios de innovación social donde estudiantes, académicos y comunidades colaboren en proyectos de IA con impacto local.  

3. Promover alianzas y redes entre universidades del sur global para compartir recursos, conocimientos y soluciones tecnológicas contextualizadas.  

4. Formar líderes éticos que integren la responsabilidad social, la sostenibilidad y la justicia en el diseño y uso de la IA.   

La IA no es el destino de la humanidad, sino una herramienta que refleja nuestras elecciones. Como universidades, tenemos la responsabilidad de asegurar que esas elecciones estén guiadas por el amor al prójimo, el respeto a la dignidad humana y el compromiso con el bien común. Solo así podremos construir un futuro donde la inteligencia artificial no sea una amenaza, sino un camino hacia un mundo más justo, fraterno y humano. 

Sobre el autor de este artículo 

Juan Carlos Silas Casillas es profesor-investigador en el ITESO. Es psicólogo de formación, maestro en Educación y doctor en Educación Superior. Sus áreas de conocimiento incluyen la educación superior, la gestión universitaria, la formación del pensamiento crítico y la investigación educativa y cualitativa.