Las acciones canónicas de la educación formal se vieron fuertemente sacudidas por los efectos sociales de la pandemia del COVID 19. Las complicaciones fueron más intensas para los jóvenes. Dejar el salón de clases y la acostumbrada presencia de compañeros y maestros provocó, sobre todo al principio, ciertos comportamientos de rechazo. Por ejemplo, los profesores y profesoras se quejaban de la dificultad de lograr el encendido de cámaras a fin de ver las caras y no hablar frente a un conjunto de cuadros negros salpicados con el nombre de quienes asistían a clase, pero sin dejarse ver.
Poco a poco, ayudados por la larga duración de la pandemia, los maestros se apropiaron de las bondades de las plataformas digitales, las entendieron mejor y lograron hacer más amigable su uso y aplicación. Los estudiantes se cansaron de ser solo un nombre y de la urgencia de regresar a las clases presenciales, comprendieron la lógica de las plataformas, aceptaron la ayuda ofrecida por maestros para hacerse de los conocimientos de las asignaturas y quizá, pues aún no disponemos de certezas al respecto, se dieron cuenta de su arribo a una nueva cultura y a las nuevas oportunidades de aprender mediante actividades poco utilizadas con anterioridad. Hoy día, este es un reto muy importante para los educadores y las instituciones educativas: comprender las redes aplicadas para el aprendizaje y el correspondiente aprendizaje en red. Pero ¿cuál es el significado de esta expresión? Veamos antes un dato contextual.
La consultora internacional AdQualis realizó un estudio titulado «Empleo y jóvenes 2022». La periodista especializada Ana Muñoz Vita1 lo retoma en su reciente artículo Atención empresarios: estas son las condiciones que piden los jóvenes. La conclusión principal del estudio es: «El 62% de los jóvenes cree que es un buen momento para cambiar de trabajo a pesar de la continuidad de la pandemia». Buscar, conseguir, ofrecer y lograr un empleo tiene para las juventudes de hoy otras coordenadas sociales y emocionales, distintas de las generaciones anteriores. La noticia detrás de este deseo juvenil no es en sí el descontento expresado, sino la necesidad de conocer acerca de las condiciones solicitadas por los jóvenes para aceptar un trabajo.
En la universidad y en las empresas es usual la indagación sobre lo que los jóvenes universitarios recién egresados o estudiantes en los últimos semestres saben, han aprendido y sobre todo su conciencia, corporativa y emprendedora. El texto de Muñoz Vita nos avisa sobre esta nueva clave: escudriñar las actitudes y demandas de los jóvenes frente al empleo y las condiciones que desean les ofrezcan. No aceptarán cualquier oferta.
Muñoz añade: «Hay [jóvenes] quienes directamente rechazan una oferta si no se les brinda la opción de estar 100% en remoto, no se conforman con tres días a la semana. Piensan que obligarles a ir por sistema responde a una falta de confianza. No entienden por qué si han funcionado bien hasta ahora no pueden seguir así».
Esta demanda evidencia cómo, sin intención explícita, los jóvenes transgredieron la frontera del mero uso herramental de los elementos tecnológicos hacia el intento de hacer vida de esa tecnología, a hacer cultura de la digitalización. Sí, la tecnología es una herramienta. Hoy es algo más. Aun sin querer es clave para descubrir nuevas formas de relación entre las personas y, por tanto, para nuevos comportamientos y reflexiones ante la tecnología digital como ante las personas, la realidad y la sociedad. Esta nueva situación es congruente con la teoría del actor-red, del filósofo, sociólogo y antropólogo francés Bruno Latour.2
La red para Latour tiene un carácter performativo y no ostentativo. La red es tal si quienes la componen ejercen su agencia y no se quedan en ostentarla, es decir, mencionarla sin actuarla. Los jóvenes que quieren empleos con trabajo remoto saben, aunque no estén enterados de Latour, que hacer ese trabajo en línea es trabajar, reflexionar, realizar lo solicitado por sus jefes o lo que ellos proponen para ser considerado por los demás agentes de la red. Aquí se ubica el aprendizaje en red, que es, en sí mismo, una red en funcionamiento. Entendida como un conjunto abierto de elementos y agencias humanas y no humanas, las cuales se asocian en la acción, actuando, conversando y encontrando aprendizajes en la medida de la confluencia al actuar.
Los datos relacionados con los jóvenes y sus demandas postpandemia indican la conveniencia de conocer los pensamientos y consideraciones de los y las estudiantes del ITESO en relación con el trabajo y el aprendizaje. ¿Quieren trabajar en una «red de aprendizaje»? ¿Se dan cuenta de que lo presencial no asegura la confluencia con otros agentes? ¿Aceptan el aprendizaje generado por la acción de los colegas? ¿Quieren configurar redes de aprendizaje?
Hacer educación remota puede ser tan unipersonal como sentarse en una butaca de un salón a escuchar al profesor. En escuelas, universidades, salones y bancas puede aprenderse, sí, en soledad a pesar de la compañía de otros. Puede enseñarse en soledad pues los presentes pueden callar o sólo preguntar sin implicarse en aprender y sólo pedir que les «enseñen». O bien pueden hacerse «agentes» de su aprender al colaborar con la agencia de otros. La acción, la discusión y la conversación entre los agentes, así estén en un salón o reunidos en una plataforma virtual, son lo que construye la ruta de aprender.
La digitalización facilita conversación, acción, reflexión, coincidir y disentir, discutir y acordar, porque elimina la distancia al hacer uso de materiales digitales. Este es el reto para los jóvenes interesados en aprender y trabajar en red.
Notas:
1 Periodista, escribe el blog, Cinco días de El País, diario español.
2 Latour, Bruno (2008) Reensamblar lo social: una introducción a la teoría del actor red. Buenos Aires, Argentina. Manantial.