En el ITESO nos preciamos de ser, ante todo, una comunidad de personas ávidas de aprender. No importa si somos estudiantes o docentes, personal administrativo o de apoyo: nuestro servicio a la sociedad tiene sentido únicamente en el valor que le damos al conocimiento y a la manera particular en que lo ponemos en práctica.
Por ello, nos sumamos con gusto a la celebración del día en que se reconoce la profesión magisterial, como una ocasión que nos permite honrar no solo a quienes encabezan los procesos de enseñanza en nuestras aulas y laboratorios, sino a esta actitud del espíritu, a esta cualidad de las personas que ven en la docencia una profesión y, sobre todo, una forma de vida.
Es común la idea de que detrás de un buen estudiante, siempre hay un buen docente. Menos común es pensar que dentro de cada docente vive un estudiante eterno, permanentemente dispuesto a aprender más sobre lo que ya conoce.
Quienes nos dedicamos a esta noble tarea no podemos dar nada por sentado y debemos estar atentos a los cambios de nuestro entorno. Además, tenemos la misión de defender e impulsar un mundo en el que no vale más quien sabe más, sino quien sabe poner su saber al servicio de su comunidad, de manera ética y desinteresada.
En 2019, el papa Francisco habló de la educación como un medio “para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna”.1
Este llamado es más que vigente en un momento de nuestra historia en el que parece predominar el enfrentamiento, la descalificación y la cerrazón frente a quien actúa o piensa de forma distinta. En este contexto, es nuestra tarea responder desde la vocación de servicio y el apostolado social que caracteriza a todas las obras de la Compañía de Jesús en el mundo, y especialmente a las universidades.
Esto implica que debemos ser los primeros en comprender profundamente los problemas que nos rodean e invitar a nuestro estudiantado a que los encare desde el diálogo sereno, reflexivo e inteligente, y con la búsqueda de alternativas solidarias. Porque si dejamos que nuestra sociedad se convierta en un conglomerado de cotos del pensamiento, perderá sentido el vínculo social, la noción de bien común y, sobre todo, la democracia como medio para resolver las diferencias.
La aspiración de cualquier nación es que la ciudadanía viva la democracia más allá de las instituciones, los procesos y los cargos políticos. La democracia es una manera de hacer realidad la idea de país que tenemos, tomando en cuenta a todas las personas que lo habitan. Es, además, un modo de relacionarnos desde el respeto, la apertura y la voluntad de llegar a consensos. Por ello, también es una forma de construir e integrar la comunidad a la que pertenecemos.
Asimismo, la democracia es una garantía de estabilidad social, porque nos permite encauzar los cambios con la certeza de que no habrá atropellos por parte de los más poderosos, y que no se marginará a nadie. Sin embargo, esta idea de una democracia que se vive cotidianamente puede verse vulnerada por decisiones arbitrarias, emanadas de liderazgos populistas o cerrados al diálogo.
Las universidades y sus docentes son agentes importantísimos en la defensa de esta democracia y en el fomento de su valor, aun en tiempos en los que crecen las amenazas en su contra. Por ello, encuentro sumamente valioso el “Llamado al liderazgo de la universidad jesuita” que el Superior General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa, S.J., hizo en la ciudad de Chicago, Estados Unidos.2
En este texto, el padre Sosa dice que la construcción de la paz, el cuidado de la casa común y el uso de nuevas tecnologías en función del bien se dificultan a causa de lo que él llama “colapso del diálogo”. Y explica: “Hablamos, pero no escuchamos. Estamos perdiendo las habilidades necesarias para cualquier diálogo razonable y respetuoso entre diferencias, así como la disposición de negociar para alcanzar el objetivo de toda verdadera acción política, el bien común”.
A la luz de estas ideas, debemos entender que hacer docencia en una universidad no es razón para dar por sentado, como mencionaba antes, que el diálogo, la dignidad de las personas y el anhelo de bienestar compartido prevalecen en nuestra comunidad. Mucho menos para pensar que las y los colegas y estudiantes con quienes convivimos cuentan con las herramientas para actuar en esta lógica.
Asumamos nuestra labor docente en concordancia con el llamado del padre Sosa. Mantengamos siempre vivo nuestro apetito de conocimiento y defendamos el diálogo solidario y la esperanza. Hagamos de nuestras clases una ocasión permanente de encuentro y transformemos a las y los estudiantes en aliados en esta tarea. La herencia de un mundo mejor para las futuras generaciones está en juego.
Referencias
1 Papa Francisco. Mensaje del santo padre Francisco para el lanzamiento del Pacto Educativo, 12 de septiembre de 2019.
2 Arturo Sosa, S.J. “The Call to Leadership of a Jesuit University: Context, Charism, Partnership”, Chicago, 6 de abril de 2024.