Los espacios en los que envejecemos

Avatar de Entre Saberes

Ante una realidad donde población mundial está envejeciendo con mayor rapidez que antes, ¿alguna vez hemos pensado cómo será nuestra vejez? ¿Cuáles son las condiciones que se necesitan en la casa, barrio y ciudad para llevar una vida autónoma?

Envejecer, la palabra que ocupó durante tres años al equipo de investigación Laboratorio de movilidad reducida y 3ª edad, donde se observaba a personas mayores y su hábitat, tanto en su casa como en su ciudad. Como es de imaginar, en el transcurso del trabajo era casi inevitable algunas veces llevar las reflexiones a la primera persona, es decir, a nosotros mismos. Estábamos conscientes que muy probablemente, algún día, también llegaremos a personas mayores. Mayor es hoy la forma correcta (e ¿inclusiva?) para referirse a una persona de edad:  

Del lat. maior, -oris. 1. adj. Que excede a algo en cantidad o calidad. 2. adj. Importante.  Entrada en años, de edad avanzada. 

Cuando vemos la definición reconocemos una palabra con un sentido positivo que contrasta francamente con la connotación negativa de envejecer o viejo y que en realidad identifica más a una persona de edad en nuestra cultura actual. Maggie Kuhn, activista de las Panteras grises, señalaba en la década de los setenta que «hay muchos mitos actuales acerca del envejecimiento, que es una enfermedad, un desastre; que los viejos somos inútiles; que no tenemos sexo; que no tenemos poder y que somos todos iguales».

Aún hoy, nadie quiere envejecer, ni mucho menos ser reconocido como tal. A lo largo del trabajo de investigación nos topábamos frecuentemente con personas técnicamente mayores –con 65 años o más– que poco o nada habían planeado para esa etapa de su vida, como si nunca la hubiesen visto venir. Esto les había impedido reconocer los desafíos que tendrían que enfrentar, incluyendo el espacio en el que habían vivido toda su vida. Sabemos que una casa necesita de atenciones y adaptaciones en la medida que nuestro cuerpo se fragiliza y se vuelve más vulnerable. Algunas estructuras domesticas la resisten. Otras no. Y no se trata apenas de incorporar rampas, pasamanos o baños accesibles, sino de tener también un ambiente adecuado, donde se encuentre apoyo en el sentido más amplio posible, físico, financiero, pero sobre todo de contacto y compañía. 

La ciudad, de forma similar, puede apoyar u obstaculizar lo que en términos de investigación se denomina autonomía de la persona mayor. Nadie quiere ser dependiente de nadie en la vejez (esto pertenece ya a una cultura del envejecimiento del siglo anterior). Todos queremos ser autónomos, pero para conseguirlo vivienda y ciudad nos deben de ofrecer un entorno de apoyo. Vivir en una colonia donde se tenga una amplia oferta de servicios básicos, alcanzables a pie – hacer compras, ir al banco, acudir a un puesto de salud– representa un soporte importante. En su ausencia, el tiempo de independencia de una persona de edad se acorta y, además, su calidad de vida. No hace falta mencionar algo tan básico como el simple planeamiento y estado físico de las banquetas de la ciudad. 

Pero más allá de las reflexiones sobre nosotros, nuestras casas y nuestra ciudad, se reconoció a lo largo del trabajo de investigación otros espacios de oportunidad. ¿Qué tal pensar en un campus universitario amigable con los mayores? A lo largo del trabajo se descubrió también que no éramos los primeros en pensarlo: existe ya una red mundial de universidades amigables con personas mayores. Quien sabe, algún día.

Referencias
 1 Cit. en González, L.M. «La vejez, las pensiones y el Gray Power en el presupuesto», El Economista, 9/sep./22. Disponible en: eleconomista.com.mx/opinion/La-vejez-las-pensiones-y-el-Gray-Power-en-el-presupuesto-20220909-0019.html