La ciencia de rastrear el pasado para entender los huracanes del futuro

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La paleotempestología estudia huellas antiguas de huracanes para entender su historia, prever riesgos actuales y futuros, y comprender su relación con el cambio climático.

Imagen del huracán Iota en 2020. Créditos: NOAA/Observatorio de la Tierra de la NASA

¿Sabías que es posible estudiar huracanes que ocurrieron hace cientos o incluso miles de años? La paleotempestología es la ciencia que lo hace posible. 

Para lograrlo, analiza las huellas que dejaron los huracanes en la tierra, como capas de arena, restos de conchas o cambios en el lodo de lagunas y manglares. Estas pistas, conocidas como huellas geológicas, permiten reconstruir la historia de las grandes tormentas del pasado, entender mejor las de hoy y prepararnos para las que vendrán. 

Por su ubicación geográfica, el occidente de México es una región especialmente vulnerable a los huracanes, las tormentas más grandes y violentas del planeta. Sin embargo, se sabe poco sobre cómo han sido estos fenómenos en el pasado, ya que los registros históricos disponibles de esta zona solo abarcan los últimos 75 años. 

Esto deja un vacío importante en nuestro conocimiento, ya que no sabemos con certeza cuán frecuentes o intensos han sido, qué factores climáticos influyen en su formación, ni cuáles podrían ser los riesgos reales de su impacto en el futuro. 

Mapa del mundo que muestra el área donde se producen ciclones. Elaboración: Space Place NASA.

El cambio climático traerá huracanes más intensos 

Un huracán no se forma de la nada: necesita que se alineen varias condiciones muy específicas

Todo comienza cuando el agua del mar está muy caliente, por encima de los 26 °C. Ese calor hace que el agua se evapore, como cuando hierve una olla y empieza a salir vapor. Ese vapor sube y, al encontrarse con aire más frío en la atmósfera, se condensa y forma nubes. En ese proceso, se libera una gran cantidad de calor, que funciona como el “combustible” de la tormenta: hace que el aire suba más rápido, que se formen más nubes y que los vientos se fortalezcan. 

Pero no basta con eso. Los vientos en las capas de la atmósfera deben ser suaves y estar bien alineados, como si soplaran en la misma dirección. Si los vientos se cruzan o son muy fuertes, la tormenta se desarma. 

Finalmente, entra en juego el movimiento de rotación de la Tierra, que actúa como una cuchara que revuelve el vapor en una taza caliente. Esa rotación hace que las nubes y tormentas empiecen a girar, se agrupen y formen un gran remolino en forma de espiral: el huracán. 

La problemática radica en que el cambio climático está ocasionando que el agua de los océanos esté cada vez más caliente y, por tanto, que el aire retenga más humedad. A pesar de estas condiciones, se prevé que no aumentará la cantidad de huracanes, pero sí serán más intensos. 

Categorías de ciclones tropicales. Elaboración: Space Place NASA.

Rastrear el pasado para entender los huracanes del futuro 

Ante este pronóstico, expertos científicos como Thomas Bianchette, doctor en Oceanografía y Ciencias Costeras, señalan la importancia de entender cómo han sido los huracanes más intensos del pasado, qué tan probable es que afecten nuevas zonas y qué riesgos implican para la región y las comunidades que la habitan. 

El investigador de la Universidad de Oakland dio recientemente una charla en el ITESO como parte de las actividades del proyecto de investigación “EMBRACE-OCE-GROWTH: Holocene hurricane reconstructions from Western Mexico: Filling the gap from the under-studied coasts of Jalisco and Nayarit”, en el que participan investigadores del ITESO miembros del Seminario Permanente en Estudios del Agua y del Departamento de Procesos Tecnológicos e Industriales

De acuerdo con el experto, son cada vez más frecuentes los huracanes de categoría tres a cinco. Cuando un fenómeno de esa intensidad pasa, las olas rompen la barrera costera y el mar se desborda empujando arena hacia los lagos y pantanos que están tierra adentro por las inundaciones.  

El trabajo de un paleontólogo enfocado en los sedimentos, como es el caso de Thomas Bianchette, consiste en reconstruir entornos climatológicos, hidrológicos y de riesgos naturales a partir de la extracción de esos núcleos de sedimentos. 

Estos depósitos de arena son uno de los principales indicadores que utiliza la paleotempestología. Al extraer núcleos de sedimentos del fondo, es posible estudiar las capas de arena que se han acumulado con el tiempo y, a partir de ellas, identificar aspectos clave como la trayectoria, la intensidad y el impacto de huracanes ocurridos hace más de 5,000 años. 

Cuando se extraen estos núcleos, la historia de la Tierra puede leerse capa por capa. En la parte superior se encuentra la huella de los huracanes más recientes. Más abajo, capas de arena más gruesa indican huracanes más antiguos, intensos y con impactos directos. 

El espesor y la profundidad de estas capas permiten conocer datos clave: qué tan fuerte fue el huracán, cómo se comportaron las marejadas ciclónicas y por dónde pasó. Es a través de estas huellas que la paleotempestología puede contar historias de huracanes ocurridos hace miles de años. 

Reducir la vulnerabilidad de las regiones costeras 

Como se sabe poco sobre la fuerza e impacto de los huracanes antiguos a partir de registros escritos, los hallazgos de la paleotempestología ayudarán a identificar patrones en su actividad, prever la probabilidad de que lleguen a tierra y prepararnos ante los riesgos que pueden representar, sobre todo en las zonas costeras, incluso si no hay un impacto directo. 

El uso de las técnicas de la paleotempestología y la puesta en marcha de un enfoque multidisciplinar en iniciativas como el proyecto de investigación EMBRACE-OCE-GROWTH en que se reconstruirá la frecuencia y magnitud de los huracanes en la costa occidental de México en los últimos 10,000 años, es una apuesta innovadora para reducir la vulnerabilidad de las regiones de estudio ante el impacto de estos eventos climáticos catastróficos.