Fotografías: Roberto Ornelas.
Diseño: Rogelio Delgado
En los últimos años la violencia en México se siente hasta en el aire. Tan solo el año pasado, a más de 30 mil personas les arrebataron la vida por asesinato. Desde una perspectiva de género, en promedio entre 9 y 10 mujeres son asesinadas cada día. Además, actualmente hay más de 100 mil familias buscando a algún ser querido desaparecido.
Estos números no solo contabilizan el horror y la impunidad que asolan al país, son parte de una realidad que la periodista Marcela Turati ha experimentado de cerca. Para ella, lo que hay detrás de estas cifras son rostros, historias y voces —no solo estadísticas—, de las víctimas de la violencia, personas que conoció a través de sus familias, a quienes ha entrevistado, acompañado e incluso dicho adiós cuando la violencia también les ha arrebatado la vida.
Quedamos de vernos una hora antes del mediodía. Marcela llega puntual a la cita, con la cara limpia, el cabello rizado y suelto, con un toque de lápiz labial en un tono coral. En su mirada huidiza parece reflejarse la lista de pendientes y situaciones que tiene por resolver. Es viernes, son recién las 11 y cuarto de la mañana. Nos acomodamos en nuestros respectivos asientos: ella como entrevistada y yo como entrevistadora.
—¿Cómo estás hoy? —le pregunto para abrir la conversación.
—Bien, contenta de estar aquí —me responde.
—¿Cómo ha sido tu mañana? —añado al observar que algo ronda por su cabeza.
Duda y musita algo que no termina por convertirse en palabras concretas.
—No, nada —dice, pero luego duda.
—Tengo mucho trabajo —responde finalmente tras un suspiro.
Marcela Turati tiene más de 25 años de trayectoria como periodista, desde 2010 se ha dedicado a narrar los relatos de las víctimas de la narcoviolencia en México. Desde entonces, se ha replanteado nuevas formas de contar historias. Relatos que capturen la complejidad de las personas y que no solo reporten números.
—Hay gente que no sabe y no quiere saber —afirma Marcela al hablar del reto de informar a las audiencias ante la vorágine de las redes sociales, medios de comunicación y sobresaturación de la información—. A los periodistas nos toca repensar cómo llegarle a esos públicos —afirma con contundencia.
Hoy, ante la crueldad de la violencia, Turati opta por contar historias diferentes. Lo que ella llama el periodismo de lo posible: relatos de resiliencia y resistencia.
¿Qué es el periodismo de lo posible?
“Lo que buscamos son historias que puedan inspirar. Contar [por ejemplo] el método de lucha con el que un pueblito resistió contra una minera o contra un gasoducto, [o también] cómo las parteras de Oaxaca están cambiando el sistema de salud o cómo quieren salvar un río en Hidalgo.
Es como una escuelita en la que planteamos que hay que dar las noticias de manera diferente. Incluye todo un método del acompañamiento psicosocial que se enfoca en desglosar cómo [las personas] salieron adelante y de ahí abrir caminos de esperanza y paz”.
¿Cómo logras que estas narrativas alternativas cobren protagonismo en tu trabajo?
“Desde el momento en que eliges cuál va a ser tu ángulo, qué vas a cubrir, qué personas vas a entrevistar, ya estás imprimiendo un sello. Así cubra los temas más dolorosos y fuertes, trato de buscar quién ya hace algo para cambiar las cosas o de alguna manera, lo que yo llamo: abrir una ventana de esperanza”.
¿Cómo se puede integrar esta visión en las escuelas de periodismo?
“Las escuelas de periodismo tienen que cambiar. Los nuevos temarios tienen que traer mapeo de actores, análisis de realidad, protocolos de seguridad física, digital y psicoemocional. El país nos cambió y tenemos que romper las reglas del periodismo”.
¿Qué es lo más difícil de tu trabajo?
“Este trabajo es de muchas culpas. Si publicaste algo de una madre buscadora y la matan, te sientes culpable. Si no lo publicaste y la matan, te sientes culpable por no haberla protegido. Entonces todo el tiempo te sientes culpable de lo que dijiste, de lo que publicaste y de lo que no”.
¿Cómo continúas tu trabajo sin desconectarte de tu sensibilidad?
“Ha sido parte de mi búsqueda. Más allá de estas otras narrativas, del trabajo colaborativo, de los enfoques de esperanza, ha sido desarrollar el cómo cuidarnos emocionalmente y cómo mantenerme conectada con mi miedo sin bloquearlo y a seguir mis intuiciones”.
¿Quiénes te acompañan en tu camino?
“Formo parte de redes de defensoras de derechos humanos y de redes feministas que me salvan y me monitorean. Con el colectivo tenemos sesiones de chequeo emocional, con amigas hacemos rituales de cierre de investigaciones que han sido muy fuertes. Esto ya no es solo la seguridad física, digital o psicológica, sino que hay que tener una parte de seguridad espiritual porque esto te rebasa”.
¿Por qué son tan importantes estos grupos de periodistas?
“Formar parte de una comunidad ayuda a saber que hay pares que te entienden, porque muchas veces te sientes bien loco, pero al saber que hay muchos más locos y locas es más fácil rebotar dudas, preocupaciones o miedos”.
Después de 25 años de carrera, ¿qué ha cambiado en tu sentido de ser periodista?
“La fascinación que tuve por el periodismo sigue intacta y aunque todo el tiempo digo que ya lo voy a dejar y me dedicaré a otra cosa, cada nueva historia es fascinante y me emociona mucho. Me siento igual que como en esos primeros años que me emocionaba con las historias que están por delante”.
Esta última pregunta la lleva, por momentos, a pensar en la Marcela recién egresada de la universidad. Reconoce que quisiera volver a esos tiempos que se vivían más simples, cuando entrevistaba al albañil de cualquier obra en construcción o hacía la nota de una persona en situación de calle. En su respuesta habita un anhelo por volver y contar de nuevo esas historias.
Su mirada se pierde por breves instantes, pero pronto regresa la Marcela adulta, cargada de responsabilidades y pensamientos.
La entrevista llega a su fin. Nos quitamos los micrófonos, ya son las 12 del mediodía y ella debe cumplir con otros compromisos que la esperan. Nos despedimos con un abrazo. Le digo que se cuide mucho. Que se cuide y que permanezca segura y cobijada por los grupos y comunidades que la sostienen. Le pido que siga resistiendo en el periodismo, y que siga contando estas historias de lo posible.
Marcela Turati es autora de los libros San Fernando: última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas (2023) y Fuego Cruzado: las víctimas atrapadas en la guerra del narco (2011). Ha sido co-autora en obras colectivas como Migraciones vemos…infancias no sabemos (2008) y Entre las cenizas: historias de vida en tiempos de muerte (2012). También participó en los libros colaborativos La guerra por Juárez (2009), 72 migrantes (2011) y Generación ¡Bang! (2012), entre otros.
Actualmente, Turati lidera el proyecto A dónde van los desaparecidos, del que se desprende el podcast «Camino a encontrarles: historias de búsquedas«, disponible en Spotify. Para seguir su trabajo y explorar más sobre el Periodismo de lo posible, puedes visitar su página web y redes sociales.