Iniciamos este periodo escolar Otoño 2022 luego de dos difíciles años en los que hemos vivido experiencias dolorosas y situaciones inéditas para muchos de nosotros: la pandemia, la crisis económica nacional y mundial, la guerra en Ucrania y el incremento de la violencia en el país, que en junio afectó directamente a la Compañía de Jesús con el asesinato de dos jesuitas en el templo de Cerocahui en la Tarahumara. En el contexto nacional y regional seguimos padeciendo la falta de un Estado de derecho que respete la legalidad de los procesos, como ocurrió en la reciente elección de la presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco, o que resuelva de fondo y con visión de largo plazo problemas como el acceso universal a la salud, a una educación de calidad o a empleos dignos.
Frente a estos sucesos, es comprensible que nos asalte la desolación y la desesperanza, que cuestionemos el sentido de nuestro quehacer académico y el de la universidad. ¿Qué deberes y responsabilidades tenemos como profesores universitarios y, en particular, en una universidad jesuita? ¿Qué hacer ante el dolor de las demás personas, especialmente de quienes más sufren: los enfermos, los pobres, los refugiados, los que padecen una violencia a todas luces sin sentido?
Para que cada una de nosotras y nosotros podamos ofrecer una respuesta, en primer lugar, considero indispensable abrir un momento de reflexión para reconocer en nuestro interior la experiencia de transformación, que como seres inacabados e interdependientes hemos vivido; detenernos a reconocer que los seres humanos somos realidades abiertas, inconclusas, expuestas al devenir, y que la historia es un asunto de posibilidades, no de certezas, ni de hechos establecidos de antemano. Precisamente por esta apertura a la realidad, también somos capaces de hacernos cargo de esta misma realidad, de crearla y transformarla. Asumirnos como seres creadores de opciones nos hace sabernos capaces de trabajar juntos para tomar en nuestras manos el mundo, salvarlo, cuidarlo y cambiarlo.
Enseñar y aprender cómo se constituye y se desarrolla la realidad humana, la de cada una de nuestras alumnas y alumnos, es un ingrediente básico de nuestro trabajo como profesores.
En segundo lugar, esta condición de apertura nos conduce directamente a la tarea educativa que realizamos día a día al ser el aprendizaje una actividad en la que nos necesitamos unos a otros, pues nadie aprende solo. Es más, nuestra identidad es fruto de una cadena de relaciones con quienes nos hemos formado, con quienes hemos colaborado, con quienes nos han querido. Enseñar y aprender el valor de la convivencia con los otros y el amor hacia los demás, es parte del quehacer de los profesores.
En la universidad, por tanto, privilegiamos el diálogo y la comunicación, la construcción común de conocimiento y las habilidades de creación de consensos. Estas experiencias nos hacen más humanos, aun en medio del dolor que han vivido y viven muchas personas y que quizá nos ha tocado experimentar en carne propia durante los últimos meses.
Además, en la universidad estamos en una institución que invita a pensar, a reflexionar y a imaginar que las cosas pueden ser de otra manera, especialmente en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
También estamos convocados, y yo diría obligados, a profundizar, a pensar en el largo plazo, a imaginar otras maneras de resolver las necesidades sociales, especialmente las de los más desfavorecidos, de manera más sustentable, en reconciliación con la naturaleza.
Por todo ello, los invito a entusiasmarse con lograr que los estudiantes orienten su aprendizaje y atención hacia las condiciones de nuestra realidad, a que valoren a los demás en este proceso de formarse, de desarrollarse no únicamente en su intelecto, sino también en sus afectos.
Por último, frente a este contexto de crisis económica, de inseguridad y de salud en el que nos encontramos inmersos; en donde la desconfianza surge ante cualquier declaración o ante cualquier expresión, en la que no es fácil distinguir entre la ideología y la verdad, entre la mera defensa de un interés particular y la comunicación sincera, debemos reconocer que estamos en un verdadero cambio de época en donde lo establecido ya no tiene cabida y es necesario mantener la esperanza en que podemos construir algo mejor.
Por todo lo dicho, es en la esperanza donde podemos derrotar la frivolidad, el engaño, la corrupción; donde está la llave para que surja el pensamiento, el juicio y la decisión que nos hace libres. Esto no quiere decir que podemos desaparecer la incertidumbre, pero sí significa que es posible apasionarnos con lo que parece fuera de nuestro alcance.
Termino con unas palabras del Superior General de los jesuitas, el Padre Arturo Sosa: «nuestra audacia puede ir aún más allá y buscar no solo lo improbable, sino lo imposible [pues] queremos […] contribuir a cuanto hoy parece imposible: una humanidad reconciliada en la justicia, que vive en paz en una casa común bien cuidada, donde hay lugar para todos porque nos reconocemos hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo y único Padre».1
Referencias:
1 Primera Homilía del nuevo Padre General, Arturo Sosa, SJ, Iglesia del Gesù, Roma, 15 de octubre del 2016, en https://infosj.es/documentos/category/4-congregacion-general-36.