Lupita Orozco
Coordinadora de la Comisión de Género
La primera vez que supe de la historia de Gisèle Pelicot fue a través de un hilo en la red social X (antes Twitter). Al leerlo, me pareció una de “esas” historias compartidas con la intención de atraer seguidores, porque hacía referencia a algo que me parecía inverosímil.
El tuit mencionaba el caso de una mujer francesa que había decidido hacer público el juicio en contra de su exmarido, acusado de drogarla y violarla durante aproximadamente 10 años. Pero el juicio no solo lo implicaba a él, sino también a otros hombres involucrados en actos de violación, facilitados por su entonces esposo. “Imposible”, pensé.
Todo comenzó en septiembre de 2020, cuando un policía en un centro comercial de la ciudad de Mazan, en Francia, se dio cuenta de que Dominique Pelicot fotografiaba en secreto la ropa interior de una mujer. Al increparlo, alguien mencionó que no era la primera vez que lo hacía, lo que llevó al oficial a detenerlo y trasladarlo a la comisaría. Desde allí, Dominique llamó a su esposa, Gisèle Pelicot, para confesarle que había cometido una imprudencia y que, por favor, le ayudara a salir de la cárcel. Gisèle acudió y logró que lo liberaran, sin saber que la policía había retenido el celular de su esposo para continuar con la investigación.
Lo que encontraron en el dispositivo los llevó a solicitar una orden de decomiso de otras pertenencias, incluida su computadora. Dos meses después, en noviembre de 2020, la policía citó a Dominique y a Gisèle para testificar. Para ella fue una sorpresa que, al llegar a la comisaría, la separaran de su esposo y la llevaran a una sala aparte. Allí, le informaron que en los dispositivos habían encontrado miles de imágenes y videos en los que aparecía ella acostada en una cama, aparentemente dormida o inconsciente, mientras su marido y otros hombres abusaban de ella en distintas ocasiones.
Para Gisèle, la revelación era inimaginable. Sin embargo, de pronto, todo cobraba sentido: aquello que durante años había atribuido a problemas de salud tenía, en realidad, otra explicación. Se trataba de años de abusos sexuales facilitados por su exmarido.
Entre julio de 2011 y septiembre de 2020, Dominique Pelicot suministró drogas para dormir a Gisèle y ofrecía a otros hombres la oportunidad de violarla. Tras dos años de investigación, la policía identificó a 54 varones involucrados, de los cuales 51 fueron llevados a juicio junto con Dominique. El proceso comenzó en septiembre de 2024 y concluyó en diciembre del mismo año con la sentencia.
Este caso deja varias cuestiones que vale la pena subrayar.
Gisèle decidió hacer público su juicio, de este modo cualquier persona o medio de comunicación podría presenciar las audiencias en contra de su exmarido y los otros 51 acusados. Se le advirtió sobre los riesgos de exponerse no solo ante ellos, sino también ante la opinión pública y los ojos del mundo. Sin embargo, Gisèle estaba convencida de que el mundo debía conocer la verdad. De ahí proviene la poderosa frase que la ha caracterizado: la honte doit changer de camp (que la vergüenza cambie de lado). Para ella, abrir su juicio al público significaba no solo revelar las atrocidades que sufrió, sino también señalar directamente a los responsables y cambiar el foco de la culpa hacia quienes cometieron los abusos.
Al enterarse de lo que le había hecho su exmarido, Gisèle decidió divorciarse y dejar de usar el apellido Pelicot para retomar el de soltera. Sin embargo, más adelante decidió recuperarlo con un propósito claro: dignificarlo a través de su lucha y proteger la identidad de sus hijos. Su intención era que el apellido Pelicot no se asociara únicamente con la vergüenza y el ocultamiento, sino también con la dignidad y la valentía.
La decisión de Gisèle generó un movimiento que obliga a “individualizar” la vergüenza, y rompe con la tendencia de asociar un nombre propio1 con determinadas formas de identidad: no todos los Pelicot son violadores.
Durante el juicio, Gisèle también permitió que algunas fotografías y videos fueran presentados como prueba. Sin embargo, los jueces ordenaron detener la exhibición debido al impacto de las imágenes.
¿Por qué esto es relevante? En la mayoría de los casos de violencia sexual, no existen pruebas visuales del delito, lo que abre la puerta a cuestionamientos contra la víctima y a poner en duda su testimonio, sugiriendo que ella provocó la situación o que hubo consentimiento de su parte.
Como muchas otras víctimas, Gisèle fue interrogada por los abogados defensores, quienes intentaron poner en entredicho su “desconocimiento” de los hechos. Sin embargo, las pruebas y los testimonios presentados dejaron poco margen para la duda.
En una de sus declaraciones Gisèle expresó:
Hablo en nombre de cada mujer que fue drogada sin saberlo. Estoy retomando el control de mi vida para luchar contra la sumisión química. Muchas mujeres no tienen pruebas. Yo tengo las pruebas de lo que me ha sucedido. (…) Durante cincuenta años viví con un hombre que no imaginaba que pudiera cometer actos de violación. Él es consciente de esos actos de violación. Tenía plena confianza en él. (Infobae, 2024)
Gisèle se ha convertido en una figura clave del feminismo contemporáneo. Ha llamado la atención no solo por la firmeza con la que ha llegado al juzgado, con la cabeza en alto, sino también por la forma en que ha tomado el control de la situación. Su lucha no es solo por ella, sino por muchas otras mujeres que han sufrido violencia sexual. Gisèle se ha levantado y les ha dicho: no están solas.
Vanessa Friedman, periodista de The New York Times, en su artículo The Face of Courage, reflexiona sobre cómo Gisèle se ha convertido en un nuevo icono feminista. En su análisis destaca un aspecto especialmente poderoso:
Rara vez alguien que ha sido literalmente tan objetificada – convertida por hombres en una muñeca de trapo para violarla a su antojo– ha sido capaz de retomar totalmente control de su propia objetificación y convertirla en una imagen de empoderamiento.
Con el rostro en alto, su cabello rojo y sus lentes redondos, Gisèle se ha convertido en un símbolo de fuerza y dignidad. Es la imagen de una mujer que ha recuperado el control sobre sí misma, sobre su manera de estar y presentarse ante el mundo. Su presencia nos invita a la solidaridad y a seguir acompañándo(nos).
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- Bourdieu, P. (1989). La ilusión biográfica. Historia, antropología y fuentes orales, 1, 27-33. www.jstor.org/stable/27753247 ↩︎