Las matemáticas son lo suyo 

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Nancy Ulloa, Cristina González y Giselle Andrade son tres profesoras de generaciones diferentes unidas por una pasión en común: la enseñanza de las matemáticas.

Fotografías por Roberto Ornelas.

Minutos de antes de comenzar esta entrevista, pedí a las tres profesoras que protagonizan esta historia que llenaran el pizarrón con “cosas de matemáticas”, fue lo mejor que se me ocurrió para romper el hielo. Las tres se acercaron al pizarrón y comenzaron a escribir funciones trigonométricas, que si seno, coseno, tangente, que si despejar x o y, gráficas, curvas… hasta apareció por ahí el símbolo de π (Pi). 

En esa pantomima que duró apenas unos minutos, quedó en evidencia su amor por este lenguaje de números, líneas y símbolos. Las tres se movían como peces en el agua, unidas por una misma forma de leer al mundo. 

En el marco del Día de las Mujeres Matemáticas y del Día del Maestro, conversamos con Nancy Ulloa, Giselle Andrade y Cristina Bermúdez —dos profesoras en activo y una jubilada del ITESO— para conocer cómo nació su amor por esta ciencia que, para muchos, ha sido motivo de más de un dolor de cabeza. 

El primer recuerdo con las matemáticas 

Para muchas personas, el primer contacto de su vida con los números y las operaciones no siempre es positivo. En el caso puntual de Cristina y Giselle no fue la excepción. 

Cristina relata que, cuando era niña, su mamá quería comprar un carro Datsun modelo 1974 que, en aquel entonces, costaba 37 mil pesos. Con exactitud, recuerda: “Yo tenía en mi alcancía 37 pesos y pensaba que si yo le daba a mi mamá mis 37 pesos, ella ya solo debía poner los mil que faltaban”. La anécdota, que provocó las risas durante varios años en su familia, no empañó su futura relación con las matemáticas. Al contrario, años después en la escuela descubrió con fascinación la lógica, exactitud y seguridad que esta ciencia le ofrecía. “Me gustaba estudiar matemáticas más que cualquier otra cosa”, recuerda. 

En el caso de Giselle, fue su papá quien le dejó el primer recuerdo: “Cuando estaba en primaria, mi papá no me dejaba sacar menos de 10. Él era contador y me decía que sobre todo debía sacar 10 en matemáticas, porque para él era una materia fácil y lógica, pero a mí me costaba muchísimo». Giselle sentía que las matemáticas y ella no eran tan amigas, hasta que en la secundaria llegó un profesor peruano que vino a cambiar esa percepción. Fue entonces cuando conoció el famoso libro Álgebra de A. Baldor. Amado por muchos y odiado por otros, este libro se caracterizaba por incluir las respuestas correctas al final de sus páginas, lo que permitía comprobar los resultados: “Hacías el ejercicio y revisabas que estuviera bien, era muy satisfactorio”, afirma Giselle.  

Sin embargo, para Nancy la historia fue completamente distinta. Fueron los juegos con su papá y la televisión los que despertaron su amor por el lenguaje de los números. “Tenía como 3 años y mi recuerdo más vívido de cómo empecé a enamorarme de las matemáticas fue viendo Plaza Sésamo”. Con la ayuda del Conde Contar y el Monstruo de las Galletas, comenzó a forjar una relación positiva con las matemáticas que se ha mantenido hasta hoy. 

Cristina González Bermúdez fue profesora durante 42 años. Se jubiló del ITESO en marzo de 2024. 

De una pasión a una profesión 

Al momento de elegir su carrera, para Cristina fue una decisión clara: sí o sí matemáticas. Su primera intención era ingresar a la Universidad de Guadalajara como parte de la primera generación de la Licenciatura en Matemáticas; sin embargo, entró a Ingeniería Electrónica, igual que sus dos hermanos mayores. “Fue muy curioso porque mi papá me dijo: ‘No estudies matemáticas, nada más vas a acabar de maestra’”, relata entre risas, ante la ironía de haber sido profesora por más de cuatro décadas. 

Por su parte, Giselle afirma que convertirse en profesora fue más bien un accidente. Ella estaba por terminar su licenciatura cuando su asesor le pidió que lo cubriera en unas clases de verano para estudiantes de especialidad en bioingeniería.  

Más adelante, al terminar la maestría y en la búsqueda de un trabajo que le diera la flexibilidad de terminar su tesis, encontró en la docencia su camino: “Llegó un momento en el que dije: No sé qué estoy haciendo en estos trabajos que no me hacen feliz cuando dar clases es lo que me hace de veras feliz en la vida”. 

Mientras tanto, Nancy asegura que hoy vive el sueño de toda su vida: “Estaba chiquitita y yo soñaba que quería ser maestra”. Desde muy joven, sus propias maestras notaron su habilidad y le pedían que explicara a sus compañeros que necesitaban ayuda: “Se me daban natural, veía qué temas les costaban trabajo y trataba de entender cómo pensaban y dónde se estaban atorando”, detalla. 

Las tres maestras recuerdan perfectamente cómo fue la primera vez que se plantaron al frente de un grupo. Curiosamente, las tres aún eran estudiantes cuando vivieron esa experiencia por primera vez. 

Cristina estaba en cuarto semestre de la licenciatura cuando la invitaron a dar clases de inglés a estudiantes de quinto y sexto de primaria. También Nancy estaba a la mitad de la carrera cuando uno de sus profesores le pidió que preparara a alumnos de último año de preparatoria para sus exámenes de admisión a la universidad. Giselle describe los nervios que sintió esa primera vez que llegó al salón para presentarse como la profesora, cuando les habló con una voz firme y segura, aunque por dentro no se sintiera igual. 

Giselle Andrade es profesora de asignatura del Departamento de Matemáticas y Física.

Mujeres en las ciencias 

Desde su etapa universitaria, incluso antes de convertirse en maestra, Giselle entendió que su personalidad tímida y reservada debía cambiar, necesitaba valentía para enfrentar su situación: “Yo sabía que tenía un objetivo, no sabía cuál era el de ellos, pero el mío era aprender. Como mujer tienes que llegar con un látigo y que nadie se te salga del huacal desde el día uno, porque si no, olvídate”, dice con franqueza. 

Las estadísticas lo confirman: en México, solo 3 de cada 10 profesionales en áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés) son mujeres. Con más de 20 y hasta 40 años dedicados a la docencia, las tres profesoras saben por experiencia propia que el camino no ha sido fácil. 

Para Cristina, abrirse camino implicó enfrentar desde el inicio estereotipos y resistencias. En los años ochenta, eran pocas las mujeres que elegían estudiar una ingeniería, y ella fue una de ellas. Al egresar, no faltaron las entrevistas en las que le preguntaban si de verdad quería el puesto de trabajo, ya que sería la única mujer en el equipo. 

Lo más difícil, recuerda, fue lidiar con la competencia de sus colegas varones, quienes no concebían que una mujer pudiera superarles en capacidad. Aun así, persistió. Cuatro décadas después, y ya como profesora jubilada, afirma que gran parte de su trayectoria estuvo marcada por el compañerismo, aunque también reconoce que hubo momentos en los que tuvo que abrirse paso entre barreras que no deberían existir. 

Nancy Ulloa es coordinadora docente de Matemática y Física Educativa en el ITESO.

Cuando enseñar también es cuidar 

Aunque cada una vivió a su manera la brecha de género en el ámbito de la ciencia y la tecnología, también han descubierto que cualidades como la sensibilidad, el cuidado, la empatía y la escucha —tradicionalmente asociadas a lo femenino— les han permitido construir espacios de confianza con sus estudiantes. 

Con el tiempo, Giselle aprendió a equilibrar la firmeza con la calidez. “Con un alumno que viene con la espada desenvainada también una tiene que ponerse firme”, dice, “o al revés, cuando es un estudiante que lo ves con miedo, que no se anima a preguntar, hay que llegar de una manera un poquito más maternal para ayudarle”. Cristina coincide y recuerda que, sobre todo en los primeros semestres, los estudiantes necesitan sentirse en confianza: “Las tres hemos sido maestras de primeros semestres y en esos momentos eres más una mamá que una maestra, en el sentido de abrirte a esa necesidad que ellos tienen de ser percibidos como personas”. 

Para Nancy, la confianza es esencial. Está convencida de que el aprendizaje está profundamente ligado a lo emocional, y que solo cuando se establece un vínculo de confianza con el grupo es posible acompañar de verdad sus procesos de aprendizaje: “La parte emocional es clave. Al menos cuando yo estoy explicando a los chicos, trato de entender su proceso de pensamiento, cómo está pensando las cosas, pero si el chico no te tiene confianza, no te va a dejar acceder”. 

Las tres coinciden en que, más allá del dominio de los contenidos, lo que marca la diferencia en su labor como docentes es la capacidad de observar. Durante clase, están siempre atentas a las miradas cuando explican un concepto, a los gestos que delatan una duda o desconcierto, a los comentarios que surgen entre una actividad y otra. “Esas pequeñas cosas”, afirman, “te permiten conocerlos mejor y enseñar de una manera más cercana”. 

Cristina lo resume en una frase sencilla pero poderosa: “Tratarlos como te gustaría que te trataran a ti”. 

De izquierda a derecha aparece Nancy Ulloa, Cristina González y Giselle Andrade.

La huella de una profesora 

Después de tantas historias compartidas, toca cerrar la entrevista. ¿Para qué han sido profesoras? ¿Qué es lo que las ha sostenido al frente de un grupo, semestre tras semestre, durante tantos años? 

Fiel a su personalidad, la primera en responder es Cristina. Habla de su vocación de servicio, de la necesidad de devolver a los demás un poco de todo lo que ha recibido. Y va más allá: para ella, cada clase bien impartida deja una huella: “Si tú haces un buen trabajo, vas a tener alumnos más enamorados del conocimiento o más enamorados de su profesión o más enamorados de seguirse superando”, afirma. 

Giselle, por su parte, habla del poder transformador del pensamiento. Le mueve la posibilidad de que, en sus clases, más allá de las fórmulas, sus estudiantes aprendan a ser críticos, a cuestionarse y a buscar conexiones más profundas, a aplicar lo aprendido en contextos nuevos. “Que los hagan querer saber más”, dice. 

Nancy se queda con la claridad que ofrecen las matemáticas, ese lenguaje que no deja espacio a las dudas ni a las medias verdades. Al final de cada semestre, suele despedirse con un mensaje: aprender matemáticas también es aprender a pensar con libertad, sin ambigüedades. 

Para las tres, enseñar ha sido más que compartir una disciplina. Ha sido transmitir una forma de entender el mundo, de razonar y de enfrentar los problemas —tanto los que traen los exámenes y los que pone la vida, que muchas veces no distinguen entre letras y números.