Por Mónica Márquez
Directora de Información Académica
Abrir un libro, abrir un mundo
Como docentes, muchas veces nuestra relación con la lectura está marcada por la exigencia: preparar clases, revisar textos académicos, buscar información. Pero… ¿cuándo fue la última vez que leímos algo simplemente por el gusto de hacerlo?
La lectura por placer no es un lujo ni una pérdida de tiempo: es una forma poderosa de autoconocimiento, transformación y creación. Porque en la lectura por gusto no se trata de rendir cuentas ni de extraer información utilitaria: se trata de conectar con uno mismo.
Leer por gusto es como respirar aire fresco al final de un día agotador. Es darse tiempo y permiso para levantar la vista del asfalto y encontrarse con los colores de un horizonte atardecido.
Con el paso del tiempo —y especialmente en el ámbito escolar y profesional— la lectura suele quedar atrapada en lo funcional: leemos para estar informados, para aprender algo, para resolver un problema. Y aunque eso también es importante, no deberíamos perder de vista su otra cara: aquella que no busca nada más que el placer de leer. ¿Pero se vale hablar de placer en la universidad? Desde luego que sí.

No es el texto, es la mirada
Muchas veces se piensa que leer por placer equivale a leer novelas o cuentos. Pero en la lectura por placer no es el tipo de texto lo que importa, sino la disposición con la que leemos.
Algunos encuentran placer en la ciencia; otros, en una crónica periodística o en un texto histórico, y pueden sentir el mismo deleite que otro lector al leer un poema. Lo importante es la actitud con la que nos acercamos a la lectura.
Como dicen los investigadores dedicados al estudio de la lectura, Martos y Campos, el placer estético en la lectura requiere una “especial disposición mental”. Así que no se trata solo de qué leemos, sino de cómo lo leemos. ¿Nos abrimos al asombro? ¿Nos dejamos emocionar? ¿Permitimos que las palabras nos toquen? ¿Nos reconocemos en lo que leemos?
La lectura como espejo
Muchos estudios han demostrado que leer por placer está asociado con un mayor bienestar emocional. Y esto cobra un valor especial en un mundo cada vez más acelerado, donde el tiempo libre parece escaso y la atención se fragmenta. Leer por gusto es una forma de detenerse, de habitar el presente, de reconectar con lo esencial.
Cuando leemos por gusto, no solo estamos activando el cerebro: también estamos sanando el corazón. La lectura puede ser refugio, espejo, consuelo. Puede ayudarnos a nombrar emociones, a entender lo que sentimos, a encontrar palabras para lo que no sabíamos cómo decir. Leer por placer también es un camino hacia el autocuidado y el autoconocimiento.

Más allá de lo útil: romper dicotomías
¿Qué nos da placer al leer? La respuesta varía para cada persona, y está bien que así sea. Porque leer por gusto es un acto profundamente subjetivo y, sin embargo, también tiene efectos muy concretos: amplía nuestra comprensión del mundo, ejercita la capacidad de contextualizar y de inferir, fomenta la atención, la concentración, la interpretación, el análisis y potencia tanto el pensamiento crítico como la metacognición.
Por si fuera poco, leer por placer expande nuestra imaginación y fortalece nuestra empatía. Al sumergirnos en la historia de alguien más —real o ficticia— empezamos a ver el mundo desde otros ojos. Y eso no solo enriquece nuestro mundo interior, sino que también mejora la forma en que nos relacionamos con los demás.
Leer como gesto ético
Al leer, jugamos a ser otros, a vivir otras vidas. En ese “juego lector”, nos entrenamos para entender mejor a los demás, para escuchar con más atención, para valorar lo diverso. Nos arriesgamos a pensar distinto.
Por eso siempre digo que leer también es un acto ético, porque nos permite reconstruir nuestras ideas, dialogar con otros puntos de vista, cuestionar lo establecido. La lectura placentera no es evasión: es transformación.
Leer por gusto nos ayuda a crear sentido, a entrelazar nuestra experiencia con la de los demás, a imaginar futuros posibles, a crear un mundo mejor que el que vemos. Como dice Vargas Llosa en La verdad de las mentiras: “No leemos literatura para ver la vida como es, sino para imaginarla distinta”.

El placer lector se contagia
Paradójicamente, no es la lectura funcional la que nos lleva a leer por placer, sino al revés: cuando aprendemos a disfrutar la lectura, luego seremos capaces de leer cualquier otra cosa para cualquier otro fin.
Como docentes, no solo enseñamos contenidos: también modelamos actitudes. Si tú disfrutas la lectura, eso se notará tarde o temprano. Si hablas de libros con entusiasmo, si compartes tus hallazgos con tus estudiantes, estarás sembrando curiosidad.
Pero no se trata de imponer lecturas, sino de invitar, de acompañar, de contagiar el gusto. Se trata de mostrar que leer puede ser una experiencia viva y compartida, relevante para el ejercicio de toda profesión, como lo dice Martha Nussbaum.
Leer para imaginar otras realidades
Leer un libro es ejercitar otra forma de leer el mundo. Es afinar un gesto, una capacidad: la de guardar silencio y escuchar; la de abrirse a la interrogación; de aceptarnos diferentes a nosotros mismos; la de anticipar, ser flexibles, lidiar con la incertidumbre; de percibir otros contextos y dejarse tocar por ellos; de participar en el diálogo y gozar la diversidad; de palpar la alteridad y dejar en suspenso el juicio.
Se trata de restituir la dignidad a la imaginación, de regresar a la poesía en su sentido original. Se trata de entender la ficción no como equivalente de falsedad, sino como sinónimo de posibilidad. Entretejer la emoción con la conciencia racional, la proyección con la historia, lo que soñamos con lo que tenemos.
Lo que sostengo es que estas capacidades, ejercitadas en silencio y al paso lento de las páginas, constituyen a largo plazo un gesto que se lleva a la vida misma y que nos invita no a “repetir mundo”, sino a imaginar otros mundos posibles.