Fotografías: Envato.
Cada mujer experimenta las adicciones desde su propia experiencia. Aunque los caminos que las llevan a ellas son diversos, suelen estar marcados por condiciones de vulnerabilidad social y violencia de género, mientras que el estigma invisibiliza las razones que las condujeron a esta situación.
El laberinto de la codependencia
La Dra. Noemí Gómez lideró el proyecto de investigación del ITESO “El desarrollo de la capacidad de agencia y la reconfiguración emocional en adictos en proceso de rehabilitación”. En entrevista, señala:
Hablar de adicciones es hablar de dependencia, es una búsqueda de vida. Lo que terminamos viendo son los niveles altos de destructividad, de violencia, de tristeza, fractura. Pero las personas no entran a los consumos ni se van quedando en las adicciones si no es buscando vida donde no había. Las adicciones son puertas de fantasía a la vida.
En esta búsqueda de vida, los motivos del consumo han cambiado.
Brenda Vázquez, socióloga e integrante del proyecto, explica: “Antes se utilizaba para salir de la sociedad, de la realidad, de las formas de pensar, de convivir, y ahora se utiliza para entrar en la sociedad”.
En el caso específico de las mujeres, en ese rejuego de entrada y salida de la sociedad, el consumo de sustancias se ha convertido en una herramienta para lidiar con la sobrecarga emocional.
En ese proceso, las mujeres que enfrentan una adicción parecen atrapadas en un laberinto. Algunas entraron solas buscando un escape emocional; otras, en busca de un lugar al cual pertenecer, o empujadas por relaciones amorosas llegaron hasta ahí.
Con cada giro que dan, cada camino parece conducirlas al mismo punto: la codependencia. Su rol de cuidadoras las mantiene atrapadas en la obligación de priorizar, sostener y garantizar el bienestar de los demás.

Mirar más allá de las sustancias
Una taza de café para despertar y enfrentar el día. Un cigarro para calmar los nervios antes de una reunión o para sobrellevar la carga académica. Alcohol para relajarse y conciliar el sueño después de un día agotador. Un fármaco prescrito por un especialista para tratar la depresión, el estrés o la ansiedad que, con el tiempo, se convierte en un aliado silencioso cuando su uso se extiende sin supervisión médica. Son pequeñas dosis diarias de alivio para sobrellevar el desgaste emocional y físico que impone un sistema que constantemente sobrecarga de trabajo a las mujeres.
“Los hombres consumen cristal por trabajo, las mujeres por adelgazar, por maternar y tener energía para limpiar y tener todo en orden”, comparte en entrevista la académica Brenda Vázquez sobre el inicio del consumo de esta sustancia. Al igual que la marihuana, el cristal es fácil de conseguir y cada vez gana más aceptación social en espacios cotidianos.
Durante mucho tiempo, el estereotipo de una persona alcohólica ha estado asociado a los hombres. Sin embargo, en mujeres jóvenes, el consumo de alcohol ha ido en aumento. Para muchas, beber parece ser un escape para sobrellevar problemas de salud mental. No obstante, padecer enfermedades de salud mental puede detonar el consumo de alcohol y, al mismo tiempo, el alcohol potencia aún más estos problemas, entrando así en un círculo difícil de romper.
El peligro que siempre acecha
La manera en que las mujeres se relacionan con las sustancias en ese juego de entrada y salida de la sociedad, también abarca su uso como una forma de transgredir el esquema normativo sobre cómo debe comportarse una mujer.
En entrevista, Brenda Vázquez menciona que muchas mujeres adictas asocian el inicio de su consumo con la búsqueda de una identidad: “Empecé porque me animaba a bailar, a hablar, a ser realmente lo que soy: una persona divertida con un montón de ideas muy graciosas, que baila y hace lo que quiere, pero que por todas las represiones que tenemos nunca lo hicimos”.
Sin embargo, la investigadora Noemí Gómez advierte que esta búsqueda por reivindicar los roles de género puede convertirse en un “espejismo de igualdad, de libertad, de formas de acceder a otras oportunidades o libertades que quizás en otros entornos no los pueden tener, pero que las sigue poniendo en riesgo”.

Los episodios de violencia sexual son una de las experiencias más recurrentes entre mujeres con adicciones. No se trata solo del impacto de su propio consumo, sino también de las condiciones de vulnerabilidad social en las que crecieron, especialmente en familias con antecedentes de adicción. En muchos casos, el abuso sexual marca el primer contacto con las sustancias, utilizadas como una forma de anestesia emocional ante el miedo o la vergüenza de haber sido violentadas. En otros casos, la exposición a sustancias en su intento por desafiar los roles de género las hace aún más vulnerables, lo que compromete su autonomía corporal.
En esta espiral de adicción y violencia, la historia de las mujeres sigue escribiéndose desde lo masculino: “El hombre entra y su moneda de cambio en la adicción es su agencia masculina: ingeniárselas para delinquir, conseguir droga, transar, seguir haciendo bisnes. La moneda de cambio para la mujer es el propio cuerpo y la necesidad afectiva de ser cuidada”, reflexiona Gómez.
Una salida del laberinto
La relación de las mujeres con las adicciones no se limita a su consumo, sino que abarca las relaciones que se establecen con su entorno, y ello puede significar una atadura, o potenciar su recuperación. La adicción se vuelve especialmente problemática cuando impide que cumplan con las expectativas impuestas por su género: “La adicción en un hombre puede justificar una acción violenta, mientras que para la mujer se utiliza para juzgarla más”, reflexiona Vázquez en entrevista.
La estructura social y familiar no es un espacio seguro para las mujeres con adicciones. A partir de su diálogo con muchas de ellas, Brenda comparte que una de sus mayores incertidumbres es: “¿Quién va a tener esa bondad de decir: ‘Sí, ve, sana, cuídate, tienes tiempo de tratar tus adicciones?’”.
Maternar es uno de los mayores obstáculos que las mujeres enfrentan en su proceso de recuperación y, al mismo tiempo, uno de los lazos más difíciles de romper en el laberinto de la codependencia. Maternar en soledad, sin apoyo, puede representar un factor de riesgo para iniciar en el consumo de las drogas. A su vez, la maternidad también podría convertirse en una fuente de motivación para la rehabilitación, pero el miedo al rechazo social por no cumplir con el rol de la cuidadora dificulta que expresen libremente cómo se sienten y que busquen ayuda. Incluso cuando lo hacen, muchas mujeres regresan al punto de partida. Como señala Noemí Gómez: “La responsabilidad de cuidar nunca se les va”.

El estigma y el rechazo social y familiar que enfrentan las mujeres en su relación con las drogas también nubla sus posibilidades de recuperación. Brenda Vázquez insiste en que las mujeres deben “darle un sentido a ese dolor, lograr hacer comunidad. Verte con otros que sufren lo mismo que tú, sin tener que explicar ni justificarte ni sentirte atacada. Hablarlo con otras mujeres que viven lo mismo le da un sentido a tu dolor que muchas veces creemos que es individual”.
Las mujeres no solo están atrapadas en la sustancia que consumen, sino en la dependencia emocional de intentar mantenerse a flote en una sociedad que no cesa de exigirles que prioricen y cuiden a los demás, sin ofrecerles el mismo cuidado a ellas.
La recuperación no puede depender únicamente de la voluntad individual de sanar ni del autocuidado. Según las expertas, la alternativa para la sociedad radica en la colectivización del cuidado.
Más información sobre esta investigación
El proyecto de investigación “El desarrollo de la capacidad de agencia y la reconfiguración emocional en adictos en proceso de rehabilitación” tiene tres libros electrónicos publicados y de acceso gratuito. Consulta y descarga aquí.
La trilogía aborda la reflexión interdisciplinaria sobre el consumo de drogas, la corresponsabilidad comunitaria en el cuidado, así como propuestas terapéuticas y psicoterapéuticas para su tratamiento.