Eduardo Padrón Herrera
Doctorante en Investigación Psicológica
Según la Organización Mundial de la Salud la esquizofrenia es una de las enfermedades de orden psiquiátrico más devastadoras, pues sus efectos provocan una poderosa disrupción en la vida laboral, familiar y socioafectiva de quienes la padecen. Se considera un trastorno complejo que afecta el modo de razonar, sentir y comportarse, en el que intervienen numerosos factores desde genéticos hasta ambientales.
La esquizofrenia afecta al 1 por ciento de la población mundial, es decir, a unas 24 millones de personas o 1 de cada 300 a nivel global. En América Latina existen cerca de 6 millones de individuos con la enfermedad y solamente en México se estima que más de un millón de personas la presentan.
Por lo general, este trastorno mental comienza en la adolescencia tardía o la adultez temprana, típicamente entre los 16 y 25 años. Los hombres suelen experimentar el inicio de los síntomas un poco antes que las mujeres. En las mujeres, la esquizofrenia tiende a manifestarse entre los 20 y 30 años. Estos patrones sugieren diferencias en la vulnerabilidad relacionada con el género, posiblemente debido a factores biológicos, hormonales y psicosociales.
Con respecto a lo anterior, experiencias de abuso infantil, trauma o la pérdida de un padre durante la infancia son elementos asociados a un aumento en la propensión a desarrollar este trastorno. Las condiciones de vida urbanas y la inmigración también se consideran factores de riesgo, posiblemente debido al estrés social y la discriminación. La pobreza, el desempleo y la falta de apoyo social pueden exacerbar la vulnerabilidad y desencadenar episodios psicóticos en individuos predispuestos genéticamente, aunque es poco común que el trastorno se presente antes de los 16 o después de los 45 años.
Población en mayor riesgo
Se conoce que los familiares cercanos a personas con un diagnóstico de esquizofrenia tienen una mayor probabilidad de desarrollar la enfermedad debido a factores genéticos.
En términos de predisposición familiar, la esquizofrenia muestra un patrón claro: si un progenitor y un hermano presentan el trastorno, la posibilidad aumenta al 17 por ciento, mientras que, si ambos progenitores lo presentan, la susceptibilidad en los hijos se acerca al 50 por ciento.
En el caso de gemelos monocigóticos (provenientes de un único óvulo fertilizado que se divide en dos), donde solo uno de ellos desarrolla la esquizofrenia, la probabilidad de que el otro gemelo también la desarrolle es del 50 por ciento. Por otro lado, para gemelos dicigóticos (provenientes de dos óvulos fertilizados por separado) el riesgo se sitúa en torno al 17 por ciento.
Las incidencias en familiares de segundo grado (abuelos, nietos y hermanos) y tercer grado (tíos, sobrinos, bisabuelos y bisnietos) oscilan entre el 2 y el 6 por ciento. Estos datos sugieren una alta heredabilidad de la esquizofrenia, estimada en más del 70 por ciento en estudios familiares y de gemelos. Por ello la prevención y detección temprana de este trastorno debe constituir una de las principales prioridades en materia de salud mental de las autoridades sanitarias.
Primeros indicios de esquizofrenia
Como parte del proceso de detección temprana, se debe estar al tanto de ciertas ideas que las personas declaran en su vida diaria, o comportamientos exhibidos que no son culturalmente aceptados en la sociedad y a los cuales llamaríamos “extraños”.
Dichas “señales” aparecen en forma de experiencias tempranas tales como creer que las ideas propias le pertenecen a otra persona, escuchar voces que otros no reportan escuchar, aislarse sin motivo razonable, perder hábitos de higiene, interesarse de repente por temas religiosos, filosóficos o metafísicos o ver cosas raras y sin sentido que los demás no ven, por mencionar algunas.
Estas experiencias o vivencias se conocen en psicología como “experiencias esquizotípicas” y constituyen un marcador de riesgo para la esquizofrenia o, como enuncian otros autores, una expresión conductual más general de vulnerabilidad a la psicosis. Por dicha razón, se reitera desde el saber científico que tratar las enfermedades mentales en etapas tempranas es fundamental para mejorar el pronóstico y la calidad de vida del paciente, ya que una intervención oportuna puede mitigar la severidad de los síntomas.
Todavía queda mucho por hacer, ya que, a pesar de los avances en el tratamiento y comprensión de esta patología, los tabúes y estigmas asociados con dicha enfermedad mental siguen siendo un obstáculo importante, subrayando la necesidad de una mayor educación y sensibilización para fomentar una sociedad más inclusiva y comprensiva.
Sobre el autor
Eduardo Padrón Herrera cursa el Doctorado Interinstitucional en Investigación Psicológica en el ITESO. Tiene una Maestría en Evaluación Psicológica y Social de la Facultad de Ciencias Médicas Miguel Enríquez en La Habana, Cuba, y una Licenciatura en Psicología de la Universidad de La Habana. Ha sido profesor universitario en la Universidad de La Habana, donde impartió asignaturas como psicopatología, análisis dinámico del comportamiento, psicología social, metodología de la investigación y evaluación neuropsicológica.
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