La economía feminista es una visión que contempla las diversas realidades de las mujeres. Dentro de esta forma de ver el mundo existe el concepto de pobreza de tiempo, también entendido como un análisis de usos del tiempo. Paola Aldrete, profesora del ITESO en el PAP Economía Social y Solidaria, nos explica por qué la pobreza de tiempo es un problema de género que afecta principalmente a las mujeres.
«Cuando pensamos en trabajo siempre pensamos en el que se paga, pero no pensamos en el trabajo de cuidados no remunerado, que es muy importante para la reproducción y sostenimiento de las familias», apunta la docente.
Estas labores de cuidado y reproducción consideran tareas como hacer las compras, preparar los alimentos, la limpieza del hogar, lavar y guardar la ropa, llevar a los niños a la escuela, hacer los pagos de servicios, gestionar las agendas sociales, entre una infinidad de tareas más. Es decir, todo aquello que le da soporte a la vida y que no tiene retribución económica.
«Si le preguntas a muchos chavos si sus mamás trabajan te responden que no. Creen eso porque no tienen un ingreso o pago, pero claro que trabajan un montón en sus casas», agrega la profesora del Departamento de Economía, Administración y Mercadología.
El gran problema es que este trabajo no acaba nunca, no se paga y recae principalmente en las mujeres y niñas. Tan solo en México, las mujeres dedican 2.5 veces más tiempo que los hombres a lavar ropa, limpiar la casa, llevar a los hijos e hijas a la escuela o cuidar a los abuelos. De acuerdo con cifras del Coneval, las mujeres acumulan un promedio de 40 días al año destinados a realizar estas actividades. Mientras que la media para los hombres es de 16 días.
Estas condiciones provocan otras desigualdades en el ámbito laboral, como la brecha salarial y la discriminación por maternidad. Para muchas mujeres, llega un punto en su vida en el que deben decidir si tener hijos y formar una familia o continuar su formación académica o laboral.
Aunado a esto, el tiempo que les queda libre para el descanso y el ocio se reduce drásticamente y afecta a su bienestar integral. «Las mujeres dedican su vida al bienestar de los otros, pero ¿qué tanto pueden dedicarse al propio?», cuestiona la profesora. «Esto del cuidado implica muchas cosas, a las infancias, a los adultos mayores, a las mascotas, a las personas con discapacidad, entonces ahí hay una carga invisible pero que, si no se hiciera la vida no arrancaría».
El bienestar visto en una forma más amplia e integral implica las distintas dimensiones de la vida, por ejemplo, ¿qué tanto se cuidan las mujeres a nivel de salud mental o física? ¿Tienen tiempo disponible para la interacción con otros o para su disfrute personal? Esto no solo afecta sus emprendimientos, sino su deseo de incorporarse a los trabajos remunerados, por tanto, terminan dependiendo de la producción de otros.
La académica expone dos escenarios, «por un lado están las mujeres que no tienen un trabajo remunerado pero que se encargan de toda la labor de cuidados, o tienen un trabajo o vínculo laboral informal, por otro lado, están las que trabajan en ambos mundos. Aquellas que tienen una sobrecarga de trabajo muy fuerte, hablamos de dobles o triples jornadas para poder atender todas las responsabilidades de la vida laboral y doméstica«.
La profesora del PAP hace hincapié en que, solo el trabajo formal y remunerado tiene acceso a una pensión, a un seguro, a prestaciones o a cuidados médicos, «todo está vinculado al trabajo formal, y quienes no están ahí no tienen ese vínculo. Las que tienen trabajos informales no reciben estos beneficios sociales».
La pobreza de tiempo está ligada a otro concepto que se discute poco: las cargas mentales. Estas tienen que ver con las inagotables tareas de la agenda mental que llevan las encargadas del cuidado. Por ejemplo, estar al pendiente de tareas escolares, calendario de vacunas, compromisos familiares, quién lleva a los niños a la fiesta, quién se encarga del regalo, etc.
Esta agotadora gestión a nivel mental es crucial para que todo lo demás suceda, mientras no lo visibilicemos vamos a seguir apoyando esta desigualdad, «porque lo ideal sería que pudiéramos distribuir esas cargas mentales, y si tú te haces cargo de tal cosa tú lo gestionas, no tengo por qué decirte lo que hay que hacer o cómo darle seguimiento», sentencia la docente.
Finalmente, este diseño social no solo aleja a las mujeres de las labores de producción, sino a los hombres de las labores de cuidado. En Latinoamérica las licencias de maternidad son muy cortas y exclusivas para las mujeres, los hombres tienen permisos de cinco días y se pierden el disfrute que hay en los cuidados, «aquí se demuestra por qué a todos nos conviene que esto cambie. Con estos esquemas no es posible apoyar a los hombres que sí quieren cuidar, que sí se quieren involucrar», agrega la profesora.
«Alguien me dijo el otro día que las mujeres casi no tienen pasatiempos, y le respondí, pues dime a qué hora», menciona la profesora entre risas.
La pobreza de tiempo es un problema de género, hoy nos encontramos en busca de una distribución más equitativa de las labores de cuidado y de producción entre hombres y mujeres. «Esa es la invitación desde esta propuesta, ¿cómo lo podemos pensar distinto para que todos podamos salir beneficiados?», concluye.